La informática y la computación han crecido mucho; demasiado en los últimos 20 años. Hace dos décadas uno podía todavía, con un buen esfuerzo, abarcar mucho de ellas. Hoy uno debe especializarse en alguna de sus ramificaciones.
También, informática y computación ya no son sinónimos de programación, como lo era cuando yo cursé la licenciatura. Paradójicamente «saber programar» ya no es un requisito para desempeñarse en algunas de sus ramas (tristemente). En aquella época, «saber programar» era algo que aseguraba un buen ingreso.
La década de 1990 trajo consigo un boom en carreras, cursos y especialidades en las que enseñaban a programar, junto con la proliferación de paquetes, herramientas y restos de algunos lenguajes de 4ta generación que buscaban librar de ello al usuario final. El único resultado fue una devaluación del rol y habilidades de programación y el programador terminó siendo visto como el individuo de más bajo nivel en el entorno profesional de la informática y la computación.
La revolución informática que la web, redes sociales y el cómputo móvil impulsaron a partir del año 2000 planteó un nuevo panorama para esta actividad, llegando a plantear la palabra «desarrollador» (developer) como el término para hacer referencia a un programador habilidoso, conocedor y especializado. Así, las remuneraciones para un buen desarrollador han venido mejorando en la última década pero a expensas de la especialización (en giro, herramientas o tecnología).
Yo me considero un informático, pese a que recurrentemente he seleccionado especialidades académicas enfocadas en la computación. He tenido la fortuna de trabajar en actividades informáticas relacionadas con el control de inventarios, nóminas, ingeniería civil, ingeniería aeronáutica, telecomunicaciones, finanzas, banca, bolsa de valores, inteligencia artificial, web, soporte técnico, aplicaciones móviles, informática médica, visión artificial, procesamiento de texto, tratamiento de lenguaje natural, comercio electrónico, administración de centros de cómputo, administración de bases de datos, seguridad informática, así como en la enseñanza de todo esto (y más) a nivel de posgrado. Desde el nivel de computadoras personales (de hecho cualquier dispositivo personal portátil o de escritorio, con capacidad de ser programado) hasta nivel mainframe; de forma standalone, bajo el modelo cliente-servidor, o distribuida; al más alto nivel de diseño arquitectural como el más bajo nivel que puede ser el ensamblador. No me quejo. Y a esto le debo sumar lo que he aprendido en los tres niveles de educación superior por los que he pasado, más hobbies y proyectos personales.

Pese a todo esto, cada día, cada nuevo proyecto, cada nuevo empleo, cada nuevo entorno y tecnología con la que me topo me obliga a reconsiderar, aprender, recordar y olvidar mucho de lo que me ha tocado vivir. Es una profesión en la que la única constante es el cambio cíclico y recurrente. Si se tratara de una actividad en las ciencias de la salud, sería el equivalente de no sólo haber tenido que lidiar con especies animales inferiores y superiores, terrestres y marítimas sino a haber tenido ya que tratar con especies exobiológicas.
Poniéndolo de otro modo, las especializaciones siguen más o menos este patrón: 15 años antes eran incipientes ramas de investigación, cinco años después eran bien establecidas actividades de investigación y desarrollo de avanzada, 5 años después empiezan a buscarse individuos con dicha especialización en el entorno profesional; hoy ya se hablan de especializaciones dentro de éstas y pululan las mejores ofertas de trabajos para éstas. En 5 años serán ya parte obligada de un cierto perfil tecnológico. Así entonces, se trata de un campo cambiante en el que antes de una década (idealmente cada lustro) uno debe reinventarse y reaprender nuevamente.