
Hace un año escribía sobre lo que representa el 19 de septiembre para todos los mexicanos, especialmente para quienes vivimos en la CDMX. Cada 19 de septiembre nos trae a la mente los dos mayores y desastrosos sismos que la Ciudad de México ha vivido.
Es obvio que en esos particulares días no podemos evitar pensar y el temor de que vuelva a pasar. ¿Cuáles son las probabilidades de que algo así ocurra? Ya sabemos que todos aquellos académicos y profesionales de las Ciencias de la Tierra nos dicen sobre la imposibilidad de predecir temblores y las probabilidades de ocurrencia, que no hay una «temporada de temblores» e, igualmente, que el bolillo no sirve de nada para el susto.
Tan sólo fue una hora después del simulacro que el sismo se presentó. Igual que hace cinco años, observábamos lo desganado que tomaban el ejercicio los chicos de la escuela que está frente a nuestro departamento. E igualmente, cuando el sismo se presentó, lo despavoridos que corrían (haya hubo desmayos). ¿Qué hubiera pasado si el sismo se presentaba a la misma hora del simulacro? «Ni mandado a hacer».
Lo cierto es que pese a todas estas provisiones, nuestra cultura de prevención sigue siendo muy pobre. Los simulacros deberían ser hechos más una regularidad trimestral y observados por las autoridades, imponiendo sanciones a niveles organizaciones e individuales.