El oficio de ser pordiosero

No dudo que muchos no estarán de acuerdo en lo que leerán más adelante, de la misma forma en la que yo no comparto la empatía que muchos manifiestan por «los menos afortunados». Cuando se trata de individuos que no están limitados por la edad (no son niños o ancianos), capacidad (no son minusválidos) o alguna situación social específica (gente que debe cuidar de un familiar, por ejemplo). Para aquellos individuos que viven y gustan vivir en «situación de calle» creo que no debería haber simpatía o conmiseración. Tampoco se les debe odiar o marginar y más que haber un límite en la ayuda que se les debe dar, ésta deber estar orientada en su rehabilitación como miembros productivos de la sociedad.

Creo que son muy pocos, de los casos arriba considerados, que pueden pensarse como permanentes y para los que seriamente puede considerarse una pensión que les ayude a llevar una «vida digna» (a lo que prefiero referirme como «modo de vida» o «estado socioeconómico adecuado»). Habrá también casos de personajes que han dedicado su vida a algo más que ser ricos y que por azares del destino han caído en desgracia cuando ya tienen una edad que les impedirá volverse a levantar con facilidad. Para estos casos no tengo problema en considerar que se les debe pensionar a fin de poder tener un estado socioeconómico mejor y no caer en la mendicidad. Los primeros para demostrar esos ideales que presumimos y los segundos para reconocer una vida productiva más allá del interés personal.

Para todos aquellos que no están en los casos de estos dos primeros párrafos, no puedo tenerles empatía. Están como están, porque así lo quieren. Punto. Así como el Estado debe estar obligado a brindar seguridad social, debe estar obligado a respetar el libre albedrío y los deseos del individuo cuando las acciones de éste no sean un problema para la sociedad (en su conjunto o de forma localizada y específica).

Al actual gobierno, le gusta mucho echar mano del discurso populista de «ayudar a los más necesitados», como si todos ellos estuvieran involuntariamente en dicha situación a causa de las clases sociales más adineradas o por la corrupción de gobiernos anteriores. Habría que preguntarse y revisar seriamente cuantas personas no están en esas condiciones por decisión propia. Aunque esto podría ser difícil de responder a ciencia cierta, y no dudo que se citarán casos en los que la madre no puede trabajar por dedicarse al cuidado de los hijos, o niños que no pueden acudir a la escuela por ayudar con la economía familiar vendiendo chicles en la esquina y muchos otros dramas similares. Pero, lo cierto es que lo único que diferencía a una persona «pobre» de una «rica» es su esfuerzo por una vida mejor. «Querer es poder», dice el refrán.

Se han criticado mucho los programas sociales de la actual administración federal, por dar dinero en forma de becas para proporcionar insumos a los individuos en su economía personal y evitar caer en esas situaciones en las que por buscar un sustento económico se descuidan los elementos de preparación personal que en un futuro supondrían mayores ingresos, o donde esto es una «causa raíz» que promueve la desintegración social (en lo que incluyo a la delincuencia).

Aunque la iniciativa pudiera parecer loable y decir que atiende las causas origen de conductas violentas que llevan a la desintegración o afectación de la sociedad hay que ser muy ingenuo para creer que alguien que ya se encuentra inmerso en un entorno afectado enmendará de algún modo esa vida que le debe proporcionar muchas más ganancias que el monto de la beca y para el que su conducta se ha visto modificada y trastocada como para tomar dinero del Estado sin sentir un compromiso o agradecimiento por ello y recomponer su vida.

Estos estímulos no pueden darse de manera indiscriminada. Yo crecí, como creo muchas generaciones antes y después, bajo el concepto de que la concesión de una beca, patrocinio, apoyo o ayuda de un mecenas era algo que se debía ganar y que se podía perder. Era un aliciente, una recompensa que se daba al compromiso y dedicación. A fin de recomponer el tejido social, estos conceptos deben ser recuperados a la par.

Si bien los requisitos académicos de una beca escolar se pudieron volver menos exigentes (y así más alumnos poder ser receptores de este estímulo), se optó por simplemente «pagar por ir a la escuela» bajo la equivocada etiqueta de «ser becario». Otorgar estas beca de forma indiscriminada (y sin un estudio socioeconómico de sustento) creo que tiene un efecto más negativo que positivo pues aquellos estudiantes que deban ser recompensados y aquellos que pueden ser motivados para buscar el aliciente pierde sentido, cualquiera ahora puede ser becado, cumpla o no en la escuela.

Así, creo que la generación escolar básica quedará definida por el obradorato como una que se distinguirá por levantar la mano y esperar todo tipo de dádivas para mantener su precario nivel de vida e incluso esperar que se la mejoren. Así, esta situación me recuerda mucho a estos individuos que se han resignado a llevar una vida basada en la mendicidad pero particularmente aquellos individuos que dan lugar a esas leyendas urbanas que hablan del ofrecimiento de un empleo a personas en «condición de calle» y éstos la rechazan pues saben que por mendigar ganan más.

Referencias

  1. Miguel Correa, «El Más Popular De Todos: El Pordiosero, El Mendigo o Juan Bimba», blog. Publicado: 2018.01.20; visitado: 2022.05.18. URL: https://freephilosophyve.blogspot.com/2018/01/el-maspopular-de-todos-el-pordiosero-el.html?spref=pi.
  2. «Definición de Pordiosero«, definicion.de, web. Consultado. 2022.05.18. URL: https://definicion.de/pordiosero/.

Un comentario en “El oficio de ser pordiosero

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