No había pensado o planeado que este tema fuera una serie de posts, pero durante el pasado periodo de festividades decembrinas convivimos con una adolescente que decidió seguir una carrera cinematográfica. Está estudiando en una escuela de cine ubicada en Coyoacán. Una escuela muy pequeña, de hecho.
En una cena, platicaba de cómo era su entorno y panorama profesional, viviendo de fiesta en fiesta para hacerse «de contactos» que le ayudaran en sus proyectos y saber de posibles inversionistas. Le pregunté si conocía Kirkstarter, la plataforma de financiamiento (y en donde he visto peticiones de inversión artística en todas sus ramas). Ella me respondió que sí pero que en la escuela los hacían convivir y minimizar la ayuda del exterior, debían aprender a vivir con lo que tenían y hacer uso de los recursos a su alcance. Hablaba del apoyo que la escuela les daba para usar las instalaciones en, digamos, ciclos de cine en las que vendían alimentos para hacerse de algo de dinero para algún proyecto. Me habló también de los concursos y financiamiento que el gobierno patrocinaba (que era poco pero «un buen aliviane»).

Diría que seguramente lo mismo pasaron Del Toro, Iñárritu, Lubezki, Cuarón, tal vez incluso hasta Derbez, pero no creo que ellos se quedaran ahí. Estoy seguro que ellos vieron esto desde un punto de vista más empresarial y decidieron ir a donde el negocio de mueve profesionalmente.
Lo cierto es que esa visión pobretona, subvencionada y mísera de hacer cine no es privativa de esta rama de la actividad humana en México. Igual se extiende a muchas otras, quizás a todas las carreras, oficios, profesiones y actividades que se enseñan en nuestro país. Desafortunadamente, México carece de mentores escolares con experiencia empresarial.
¿Cuántos estudiantes pueden decir que tuvieron como profesor a un empresario forjador de grandes industrias, a un innovador mundialmente reconocido o a un premio Nobel? Muy, muy pocos, puedo asegurarlo. ¿Cuántos de ellos fueron profesores que buscaron transmitir «el secreto de su éxito» a sus estudiantes? Muchos menos, seguramente. ¿Cuántos estudiantes pusieron atención y se llevaron algo que transformó sus vidas?
Claro, muchos profesores (y ahí me incluyo) somos profesionistas y cuidamos hacerles ver a nuestros alumnos lo demandante que es el entorno profesional. Más, mucho más que el académico pero así también mucho mejor pagado. A este grupo no lo incluyo arriba por ser sólo gente que pese a un éxito profesional no contamos con la misma experiencia de un empresario, un innovador o descubridor cuyas acciones transformaron al mundo.
Mucho menos, en ese grupo de dos párrafos atrás, incluiré a los profesores o investigadores de tiempo completo que han pasado su vida en la academia. No importa si son premios nacionales de algo o han escrito muchas y multi citadas obras académicas o de divulgación, se requiere de otras capacidades muy diferentes para poder crear y sacar adelante a una empresa. Una carrera en la academia, ciertamente, teniendo o no un producción de obras escritas o resultado de investigaciones, personal e intelectualmente muy satisfactoria pero es económicamente muy ingrata, resignándolo a uno a una vida frugal y austera.
El punto al que quiero llegar es que de la misma forma que la práctica de reservar lo mejores granos para consumo y dejar los más feos y débiles para sembrar, garantizará cada vez más peores cosechas, lo mismo ocurrirá en el semillero de las nuevas generaciones: la escuela. Hay escuelas que buscan contar con una plantilla docente formada por egresados de muchas otras escuelas (evitando cierta endogamia) pensando que esto es lo que enriquecerá a sus estudiantes. Si bien proporcionará otras visiones de trabajo, alcance y objetivos poco aportará hacia la preparación de los educandos para una mejor incorporación en el entorno industrial o empresarial (donde, de hecho, se desdeña mucho a la vida académica). La academia es la academia y un profesor que ha sido profesor por 20 años y publicado bajo los auspicios de una universidad, difícilmente aportará en algo que no sea su vida académica (redes académicas, como obtener subvenciones, becas, patrocinios, colaborar, escribir y algún galardón). En el mercado laboral de los profesionistas títulos y calificaciones no cuentan, lo que pesa es la experiencia (conocimiento más allá de una experiencia educativa usando tecnología, aplicando conocimientos, dirigiendo gente, tomando decisiones) y la capacidad de generar soluciones (resolver problemas) de la forma más rápidamente posible.
Aunado a lo anterior, el CONACyT ha venido promoviendo que sean profesores de tiempo completo, así como su alumnado, quienes integren las academias y matriculas de las universidades a quienes confiere becas. La administración federal auto denominada «4T» ha incluso retirado los apoyos y financiamientos de escuelas e industrias privadas, argumentando que no financiará aquello cuyos beneficios están destinados a unos cuantos y que obedecen a intereses comerciales. Si bien pueden ser buenos deseos, lo cierto es que es el dinero lo que mueve al mundo, no las buenas voluntades.
Un comentario en “El oficio de ser pordiosero (2)”