Continuando con este relato iniciado en el post previo.
En la secundaria me tocó usar los famosos libritos de tablas trigonométricas (creo que también incluían logaritmos pero esas nunca las usé).
Aprendí a usar la regla de cálculo desde la primaria, gracias a mis tíos, pero (al igual que las calculadoras) era un instrumento prohibido por la SEP en los niveles de educación básica. Cosas del diablo, según rezaban las políticas educativas de aquellas épocas. Decían que cualquier dispositivo que evitara que el alumno practicara las operaciones aritméticas sólo lo embrutecería; y los profesores no se cansaban de decir que era mejor saber sumar y restar porque jamás podríamos llevar una calculadora o regla de cálculo con nosotros a todas partes. Cosa que de hecho hoy ocurre: desde calculadoras simples y básicas incrustadas en carpetas, carteras, agendas o algún otro objeto o juguete, pasando por las calculadoras de bolsillo, relojes y celulares; es más, ya de hecho las calculadoras como tales— como ocurrió con los teléfonos, que dejaron de serlos para volverse otras cosa mas universal y funcional— están pasando a segundo término ante la versatilidad que brindan los teléfonos inteligentes y las aplicaciones que en ellos pueden descargarse.
Cuando llegué a la vocacional, recién se habían quitado los cursos que se daban sobre el uso de la regla de cálculo. Algunos profesores nos platicaban al respecto de la existencia de enormes reglas de cálculo del tamaño de los pizarrones donde tenían «a un negro» moviendo el cursor y reglilla bajo las instrucciones del profesor a cargo de la materia. También nos platicaban de la existencia de cursos muy avanzados de uso de las calculadoras programables reservados para la universidad. Sobra decir que cuando llegué a la universidad estos cursos eran ya una rareza relegada a talleres extracurriculares o cursos de verano (aún sólo para la élite capaz de adquirir estos dispositivos). También me tocó aún encontrarme en este nivel a profesores de matemáticas, contabilidad o ingeniería que nos prohibían hacer uso de una calculadora, son el ya conocido argumento de que su uso nos atrofiaría nuestras capacidades aritméticas y contables.