Continuando con este recuento.
Mi primer calculadora fue estilizada y sencilla. Una que me regaló uno de mis tíos. Empezaban a aparecer los teclados de goma grises, substituyendo las teclas individuales de plástico duro; eran teclados que parecían gomas para borrar. Pronto me fue insuficiente y le siguió una calculadora científica Printaform. En aquel entonces mi ideal era una TI-55 (que era la más «baratona» de su tipo). Aunque ahorré para adquirir una en la fayuca de Tepito, estaba algo desilusionado por su escasa capacidad de memoria y el que usara baterías recargables (que obligaban a estar a tanto de la carga y llevar el cargador) en comparación con las calculadoras japonesas que comenzaban a pulular en aquel entonces y que resultaban mucho más baratas.
Al final nunca se me hizo tener una TI. Substituyendo a mi Printaform, mi primer calculadora programable fue una Sharp (según yo, EL-521 era el modelo… pero no he podido encontrar referencias de ésta… aún), de pantalla de cristal líquido de 8 segmentos, tal vez con menos funciones que una TI-55 pero con muchísimos más «pasos de programación» (una usual medida de capacidad que aún se mantiene por ahí; ya escribiré de ella más adelante). Adquirida en Tepito (una tarde que debí estar estudiando para un examen de física, por cierto) y sin manual (siempre me pregunté porque la gente de «Tepis» vende las cosas sin manual; entiendo que se deshagan del empaque pero nada les cuesta conservar los manuales); aunque pasé muchísimas entretenidas tardes descubriendo por mi cuenta y entendiendo como programarla.
Aunque la programación era simplemente la repetición de la secuencia de teclas presionadas, que eran grabadas al poner a la calculadora en un modo especial (mi Sharp tenía una tecla con etiqueta de segunda función marcada LRN, que no tardé mucho en entender significaba «learn» y que sonaba más avanzado que un simple «program«). Según recuerdo la calculadora podía tener 6 de estos «programas». Aunque no contaba con instrucciones de control de flujo (ni bifurcaciones ni ciclos) me las empecé a ingeniar para simular algunas de ellas, con base en simples operaciones aritméticas y propiedades numéricas, que me dio una panorámica nueva al respecto de las matemáticas.
Recuerdo que por aquel entonces las ferias de libros comenzaron a tener un cierto boom. La del pasaje el metro Zócalo-Pino Suárez, por ejemplo, empezaba a tener ya cierta regularidad y en una de sus ediciones me topé con un libro que llamó mi atención.