De crimen y nada de castigo (1)

¿Quién no ha escuchado del problema de las extorsiones telefónicas y los secuestros express? En el caso de México es un cáncer y flagelo que lejos de aparentar terminar, se mantiene sin cambio y aparenta crecer ante la complacencia de políticos y autoridades. Alguna vez me platicó mi papá haber atendido una de estas llamada en la madrugada, en la que una voz alegaba ser un pariente (un sobrino, pero mi papá no tiene sobrinos) y necesitar ayuda monetaria, eso hace ya más de 15 ó 20 años.

Hace algunas de semanas, un lunes, recibimos una llamada en casa, en un teléfono fijo cuyo número poco usamos y pocos conocen. Escuché la voz desconcertada de mi hija preguntando quién llamaba, y como cualquier adolescente que no sabe cómo reaccionar me pasó el teléfono. Una mujer llorando y pidiendo que fueran a recogerla porque la habían asaltado. Sonaba (al menos para mi) como la de mi esposa. Cometí el error de confirmar por ella, por su nombre, y en ese momento un sujeto tomo la linea y me indicó que la «habían levantado» porque vio algo que no debió en la calle y se puso a gritar.» Ofrecían devolverla por lo que en ese momento tuviera en la cartera (mi voz interior me dijo que de ser un secuestro podrían estar pidiendo más por lo que la situación parecía estar acorde a un secuestro fortuito y lo mejor era «aprovechar la oferta» y evitar saliera más caro el asunto).

Estaba tranquilo realmente, es decir, me importaba terminar esto lo más rápido y me pareció que el sujeto buscaba sacar algo de dinero rápido en lugar de hacer de esto algo más complicado. El sujeto sabía que llamaba a una linea fija y me pidió dejarla abierta, tomar mi celular e ir a un Oxxo. Este sujeto no dejaba de hablar y de pedirme que le describiera que hacia. En más de una ocasión pensé en que ojalá se callará para poder pensar con claridad. Al Oxxo llegué con el teléfono al oído, el sujeto al otro lado de la línea me indicó llegar calmado y que me iba a dictar el número de una cuenta HSBC. La persona en el Oxxo, antes de indicarle lo que quería me dijo que no «tenía sistema para depósitos». Se lo dije al sujeto del teléfono y acordamos iría a otro. En todo este tiempo, varias de las cosas que me dijo este sujeto cambiaron (motivos, acciones o hechos) varias veces, así como la forma en que quería que lo llamara (primo, papá, hermano).

Mi mente se desconectó de mis oídos por un momento y pensé en todo esto. Me arrepentí de no haber hecho lo que dicen debe hacerse en estos casos: confirmar si el secuestro es verídico. Me regresé a casa y tomé un nuevo celular que había comprado el fin de semana anterior. El sujeto del teléfono empezó a sospechar que había regresado a casa. Llamé a mi esposa y confirmé que ella estaba bien. Entonces si me enojé, y más por haber caído tan fácilmente en el engaño. No me quedaba más que decirle a esta persona que podía hacer lo que quisiera con quien tenía y que se fuera al diablo.

Después de colgar y volver a llamar a mi esposa, pensando que podían tenernos vigilados, le pedí que cerrará su negocio y se viniera a casa. No lo hizo pues decía tener trabajo que entregar, y ya, aunque intranquilo, sólo le pedí tener cuidado. Cuando mi esposa regresó a casa y le platicamos la novela, me llamó la atención que mi hija decía que la voz que se escuchaba, sí era de una mujer llorando pero que no se parecía a la de su madre, mientras que a mí si me lo pareció. ¿Será que los adultos estamos ya tan intoxicados con esta situación que sólo esperamos ya el día en que nos pase e inconscientemente nos predisponemos a creer que es algo real? Los niños y jóvenes al no tener aún una consciencia de lo peligroso que puede ser el estado de inseguridad que estamos padeciendo en este sexenio no se «imaginan cosas.» Cuando mis hijos estaban en el jardín de infantes, las puericultistas nos hablaban mucho de la inocencia infantil. Los adultos estamos ya envueltos en dinámicas tan complejas que buscamos dobles sentidos a palabras y acciones. Así, cuando escuchamos a alguien en peligro, nos predisponemos y somos presas fáciles de un engaño.

Ya después procedí a hacer público, a través de Twitter, el teléfono del cual me llamaron copiando a las cuentas de quien uno se imagina son a quienes compete la investigación del asunto. De esas cuentas copiadas me indicaron que debía contactar a otras agencias. Al final, a través de un correo a la Guardia Nacional, terminé haciendo oficial el reporte, recibiendo un número de folio y las recomendaciones conocidas (colgar, no ponerse nervioso, que se trata de una llamada al azar). Mirando en retrospectiva el asunto, se entiende el porqué los protocolos1 indican el colgar y evitar ser envueltos en la dinámica del extorsionador.

Referencias

  1. «Protocolo de Extorsión Telefónica», UNAM. URL: http://www.serviciosalacomunidad.unam.mx/index_htm_files/Protocolo_de_extorsion_telefonica.pdf.

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