Ahora con la pandemia en pleno apogeo, mucha gente está haciendo notar cosas que gracias al aislamiento o por la falta de actividad humana, está saliendo a la luz. Aunque, hay otras cosas que siguen pasando desapercibidas y que quizás esta pandemia refuerce.
Hace tiempo escribía sobre ciertos vicios que nuestra época y sociedad están desarrollando (posts 1, 2, 3, 4 y 5). Entre éstos está el apego a la conectividad que los móviles trajeron, y en gran parte por el soporte que la tecnología wi-fi les dió. En l oque respecta a la educación de los hijos, muchos padres ya lo han hecho notar y ya hay varios estudios al respecto.
Mis hijos se han vuelto extremadamente dependientes (es decir, han perdido interés en otras cosas) de la conectividad que el wi-fi les brinda y de los dispositivos móviles. El regularlo pudo haber sido fácil en un inicio pero es difícil notarlo cuando uno está metido en este vicio también. Cuando yo empecé a notar el problema (en cierta forma ya tardíamente), me sirvió de refuerzo algo que leí en «Hatching Twitter«. Tiempo después leía nuevamente de cómo mucha gente (especialmente gente responsable de las compañías que proveen el contenido de lo que accedemos a través de las redes sociales) estaba impidiendo que sus hijos pasaran mucho tiempo con celulares y tabletas. Sí, cuando son pequeños esto es mucho más fácil de implementar, pero muchos padres recurren a estos dispositivos para entretener a sus inquietos hijos. Cuando uno cae cuenta de esto es porque ya es un problema y corregirlo irá contra una dinámica familiar que además puede ser complicada.
Mi hija va bien en la escuela y se porta bien. Mi percepción sobre su capacidad de atención, retención y aprendizaje es que en parte se debe a que ha sabido hacer uso de esta tecnología. Así que, la permisividad que le hemos venido brindando para hacer uso de su tableta y celular es algo concedido en retribución a su esfuerzo escolar.
Mi hijo, por otro lado (aunque hay una razón fisiológica de por medio) presenta problemas de conducta que han sido difíciles de lidiar. Similarmente, su principal medio de entretenimiento es su celular. Imponer ciertas reglas en el uso de estos dispositivos ha sido difícil pues se presenta el conflicto del ya clásico «¿por qué ella sí y yo no?»
Mientras que con hijos menores esto se corrige rápidamente colocando reglas y haciéndolas obedecer; con hijos adolescentes o adultos ya no es tan fácil. Especialmente si el entorno familiar (la «sana convivencia») presenta cierta fragilidad por otros (o relacionados) motivos. ¿Cómo imponer un cambio sin que ésto se lleve o derive en conflictos?
Un poco al marguen de esto, alguna vez escribí de los problemas de comunicación que experimenté cuando estuve en el CIC. A ese respecto, me acuerdo mucho que el jefe del laboratorio de Procesamiento de Lenguaje Natural y Tratamiento de Textos me decía al respecto del estado de la red, a la cual veía como el clima, «a veces hay clima bueno, a veces había clima malo«, me decía (imaginen lo con acento ruso). Pensando en ello es que consideré que esto debía verse como algo natural e inevitable, no como una imposición por la cual debe pelearse.
Gracias a que el router que la reciente contratación del servicio de Totalplay nos trajo permite establecer horarios de activación y desactivación del wi-fi, he venido probando con poner un horario en el que hay conectividad y cuando no la hay. Mi idea es que esto se perciba de una forma natural y cotidiana, así como el día y la noche. He empezado restringiendo el servicio para cuando se supone uno debe estar dormido y a la hora de la comida. Ya veremos si posteriormente podemos hacer mayores ajustes.