Reflexiones de un profesor de maestría (15)

Escudo de la UPIICSA

En relación al último post de esta serie (y a estos momentos de reflexión), ocurre que en el programa de la maestría en informática de la SEPI de la UPIICSA (del que soy profesor, actualmente con licencia) surgió el tema de revisar el programa de estudios y la «empleabilidad» (sic) de ésta. Curiosamente en respuesta a la convocatoria lanzada, una de las profesoras investigadoras en el programa, señaló dos cosas importantes. La primera de ellas es el que este tipo de evaluaciones deben ser hechas por un tercero, pues no es bueno que uno mismo trate de evaluarse ni evaluar la pertinencia del programa de estudios del cual es partícipe.  La segunda, el tratar de adherirse a los requisitos del CONACyT para ingresar a su «padrón de calidad» a como dé lugar.

Con respecto al primer punto, ciertamente, se corre el riesgo de que si esto se deja a un tercero, un resultado pudiera ser que el programa debe ser cerrado por… las razones que fueren. Pero, de cualquier forma, ¿para qué engañarse? Similarmente, otro resultado puede ser sobre la necesidad de renovar el cuerpo académico del programa por no ser apto para éste, pero igualmente, ¿para qué engañarse?

Si mal no recuerdo, fue a Eisenhower a quien se le dijo (no recuerdo si durante una visita siendo él presidente o uniéndose al cuerpo académico) que los profesores son la universidad, no el aparato administrativo de ésta. En el caso del IPN, desafortunadamente, el aparato administrativo y la política es lo que rige mucho de su desenvolvimiento. Los profesores pasan a ser empleados de segunda, a quienes se les debe continuamente supervisar para que cumplan con sus labores y quienes deben continuamente justificar sus labores (como si percibieran sueldos escandalosos por los que no deberían pasar un minuto sin hacer algo productivo). La realidad es que se (disque) paga el tiempo de labor frente a grupo, pero hay todo un día detrás en el que hay que calificar y revisar tareas, trabajos o exámenes y preparar clases siguientes, sin que ello sea pagado. El tiempo frente a grupo es la menor parte de tiempo que un docente pasa (y debería pasar) en su labor diaria.

Lo anterior es a colación de quien proviene el comentario mencionado, quien de hecho atiende más actividades administrativas y «de investigación» en lugar de su cátedra. Hay muchos investigadores así en el IPN (y no dudo que en muchas otras universidades). Profesores e investigadores que llegan (y no sé si prefieran) a atender congresos, publicar, (incluso dar clases o seminarios en otras universidades, a hacerlo localmente en la universidad a la que pertenecen) a dar clases. Paradójicamente, pero entendible, la realización de dichas actividades les cuentan más al momento de ser evaluados por becas (que es todo otro tema), fondeo de proyectos, promoción y… cierta fama. Muchos de ellos, por su nivel de «productividad» (entre comillas, porque ser prolífico escribiendo y publicando no significa que el resultado sea bueno) o la fama que ostentan (o en algún momento ostentaron), son considerados «vacas sagradas» e intocables (en sentido administrativo). Así, disfrutan de un puesto, lugar de trabajo y salario que no todos los profesores tienen (especialmente a aquellos que dedican tiempo frente a grupo).

Aquí es donde, en relación a los párrafos anteriores me pregunto: ¿qué valor puede aportar el investigador que lleva a cabo labores científicas y tecnológicas (publicables, sobresalientes, innovadoras, o no) si ello no se transmite a las nuevas generaciones? El único valor de estas personas es para engrosar un número que servirá para evaluar el «ranking» de la institución a la que pertenecen, bajo un criterio que está principalmente basado en consideraciones ajenas a la realidad de nuestro país.

Así, e igualmente paradójico, la investigadora de la que proviene la observación de la imparcialidad de la evaluación del programa de posgrado al que pertenezco, señala que hemos forzado al programa de maestría en informática de la UPIICSA por adherirse a criterios que el CONACyT impone con su Programa Nacional de Posgrados de Calidad (PNPC). Un programa de evaluación que busca calificar escuelas y centros de investigación pensando en formar científicos cuando nuestro país no cuenta con un mercado laboral para recibir y explotar estos perfiles.

En el mismo sentido en que podemos cuestionar la valía del mejor investigador para con las futuras generaciones por no compartir su conocimiento, igualmente podemos cuestionar la valía de imponer criterios de evaluación que no benefician a profesores (quienes son los que verdaderamente transmiten el conocimiento) ni a estudiantes (quienes deberán salir a un competido mercado laboral para continuar, e idealmente incrementar) la vida productiva del país.

Así pues, el punto de este largo post es el señalar que, si bien la pertinencia y valor de un programa educativo debe ser establecido por un tercero (y sí, aquí hay otros problemas) de acuerdo a las necesidades y expectativas del mercado laboral, lo cierto es que tampoco puede estar supeditado a las necesidades específicas de los empleadores1. La visión de todo programa de estudio debe estar acorde a un nivel educativo, en primer instancia. En un segundo término, al nivel de «empleabilidad».

Así, considero un programa de licenciatura debe estar enfocado, no a cubrir necesidades, sino a proporcionar habilidades generales para desenvolverse ampliamente dentro de los límites de un área de conocimientos específico. Un programa de maestría debe poder permitir a un profesional de una actividad especializarse en ella con un cierto grado de dominio. Un programa de doctorado debe permitir profundizar en una actividad científica específica o en el dominio de una determinada tecnología para innovar y descubrir en ellas. Especialmente en el caso de la maestría y del doctorado, esto no debe interpretarse como algo que únicamente debe ser sólo de calidad científica y de investigación pura, pues en el mercado laboral mexicano no hay cabida para atender a la incorporación de científicos y si hay mucha demanda de especialistas en ciencia e investigación aplicada (entiéndase «práctica»).

Un punto a cuestionar de las pretensiones del CONACyT en torno a su PNPC es si realmente, debe considerarse que los países más avanzados alcanzaron ese status por su nivel de investigación básica (y que haya derivado en desarrollos comerciales) o por su capacidad para la aplicación de la ciencia en los problemas comerciales y mundanos (que llegaron a derivar en impulso y desarrollos comerciales).

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Referencias

  1. Eduardo René Rodríguez Ávila, «Reflexiones sobre la innovación, su búsqueda y su enseñanza,” en «Sólo Ensayos. Antología de Jóvenes Escritores. Volumen III«, IPN, 2018. ISBN: 978-607-8085-13-2. URL: https://www.ipn.mx/innovacion/publicaciones-digitales/, https://eravila.files.wordpress.com/2019/08/soloensayovoliiiciii.pdf.

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