El sexenio de López Obrador, el «obradorato» (no eso llamado «la 4T», que debemos interpretar como un movimiento que involucra a más gente), será recordado como un sexenio de retrocesos, no de pérdida (cuando no se hace nada) sino donde el gobierno se dio a la destrucción de una sociedad (que si bien no era perfecta) disfrutaba una mejor condición) y cuya reconstrucción absorberá al menos otro sexenio.
El obradorato será el periodo en el que el poulacho subió al poder, en el que los sentires populares tuvieron el poder necesario para dictar agendar, usar dinero y desviar recursos. Un periodo de «rompe y rasga», vulgar como el ambiente de una pulquería o cantina de mala muerte; un periodo en el que los Noroñas, los Salgado Macedonios, y los desviados como Ociel Baena y Maria Clemente hicieron un hazmerrerir del servicio judicial y legislativo.
El populismo y la demagogia no son más que cánceres de nuestras sociedades. No es algo exclusivo de aquellas a las que alguna vez se les llamó «naciones tercermundistas» (que a la postre terminó siendo o visto como un término despectivo). Incluso en las naciones con un mejor desarrollo económico (y en donde esperaríamos encontrar una sociedad mejor preparada) llegan a verse estas manifestaciones, en donde se apela (o quizás un mejor término sea «se chantajea») a la sociedad con un sentimiento de culpa o responsabilidad.
Mucha gente aplaude las acciones de López Obrador. En los últimos meses me ha dado por exponer mi postura anti obradorista en Quora (quizás algo sesgada pero ni modo, para mi este sujeto todo lo hace mal). Claro, no falta el fanático, el chairo o el mercenario digital que salga a defenderlo. Lo que me llama la atención de estas interacciones es la forma en la que (quitando por supuesto al mercenario) defienden a AMLO, hablando de él como un alma noble que vela por los menos afortunados (que para mi es evidente que no lo hace ni le interesa), sólo es (como el mismo lo ha dicho) estrategia política.
Y no es que no crea que los desposeídos deban tener acceso a servicios e insumos en forma gratuita por el Estado, pero considero que no debe ser visto como beneficencia. Sí, puede ser austero pero no «lo más austero posible», los beneficiarios de todo programa social deben exigir un buen servicio. Beneficencia es producto de la buena voluntad desinteresada de alguien y punto, pero en un servicio proporcionado por el Estado pagado con los impuestos de todos, debemos ser más exigentes. Debemos consentirnos y darnos ciertos lujos. Eso es lo que me enoja de toda esa gente que sólo ve que los servicios públicos deben ser más baratos y chafas para que puedan llegar a más, y que no debemos exigir comodidad o tecnología de vanguardia con ellos.
Por ejemplo, no hace mucho «posteaba» en 𝕏, los malestares provocados por los intentos de dar bienestar al pueblo pero de una forma en la que creo son más las molestias y poca la calidad.
Me refiero en que estas acciones se llevan a acabo so pretexto de «acercar los servicios gubernamentales» a la gente (pensando en que por alguna razón no pueden acudir— edad, discapacidad, tiempo— a realizarlos en las oficinas de la delegación). Pero son acciones que finalmente «se llevan en la calle» (en la intemperie), en las que pueden no contar con todo lo necesario para hacerlo adecuadamente (gente, instrumentos de oficina, otras áreas de soporte). Al final la imagen de un gobierno improvisado se perpetúa.
¿Por qué no, por ejemplo, mejorar el servicio en las oficinas donde se brinda el servicio para que la gente acuda a sabiendas de que su trámite será realizado, no perderá tiempo en largas filas y no deberá «dar dinero para agilizarlo»? Sí, sé que esto es mucho más complicado de lograrlo pero esa debería se la estrategia a largo plazo.

