Dicen que ante los ojos de la ley todos somos iguales; lo que es un buen deseo, pues en la práctica de la procuración de la justicia sabemos que no es así. Se trata de un ideal nada más, al fin y al cabo.
Siendo chico (estaba en primaria) era afecto a un programa de TV británico. En un episodio, como parte de la trama, exponían un razonamiento sobre la idea de la aplicación de la ley a través del ejemplo de un aristócrata, un mendigo y una ley indicando que no se podía pernoctar bajo un puente. ¿A quién estaba destinada la aplicación de dicha ley? En teoría la ley aplicaba tanto para el aristócrata como para el mendigo, pero en la práctica difícilmente el aristócrata se vería en la necesidad de buscar refugio para pasar la noche bajo un puente. Se trataba pues, de una ley que estaba principalmente dirigida a aquellos sin hogar. Una ley, dos realidades. Desde aquel entonces me quedó claro que en cuando a la gente y la aplicación de la ley hay diferencias.
Conforme uno crece, estas diferencias las vamos percibiendo más y más, hasta quedar viciados en algo que no debería ser. Pero es y resulta inevitable. Para cuando alcanzamos la mayoría de edad entendemos la importancia del dinero, el poder y la realidad de que no somos iguales. Una realidad que nos lleva a que enfrentemos o veamos restricciones que otros no.
Tenemos, sin embargo, otro aspecto de las leyes (considerando al anterior como uno sancionador), lo que sería el aspecto civil (que llamaría de «coordinación» y principalmente reflejado por la Constitución), que igual a la de mucho otros países, señalan que todos los hombres han sido creados iguales y tienen los mismos derechos y obligaciones sin importar sexo, creencias o posición social.
Por supuesto, todos se fijan en el aspecto de los derechos y, ante su cobijo, se elaboran muchos argumentos en contra del status quo y los sistemas económicos vigentes. El populismo y demagogia que embelesó al grueso del electorado en 2017, echa mano de esto y lo combina con la idea de la igualdad social y el humanismo, buscando que toda diferencia y esfuerzo de diferenciación (en un sentido de superación o cambio por una mejora individual) sea expuesto como algo decadente o corrupto, de una forma que asemeja mucho al discurso eclesiástico sobre la pobreza y humildad.
Sin embargo poco se debate o dice de las obligaciones, y creo que antes de reclamar algunos derechos (no todos, hay algunos que son fundamentes y van antes) debemos hablar de las obligaciones. Las obligaciones empiezan donde terminan aquellos derechos que nos dan seguridad y bienestar para ser individuos productivos de nuestra sociedad. Entonces debemos cumplir con nuestras obligaciones que ayudan a garantizar los derechos de bienestar y seguridad de los demás. Después vendrán otros derechos que nos permitan y garanticen otras cosas en la sociedad y, recíprocamente, obligaciones para garantizar lo anterior con nuestro semejantes. Este ciclo de derechos y obligaciones se repite a lo largo de toda ley que hemos creado para regular nuestra convivencia civil. ¿Por qué a mucha gente le cuesta trabajo entender esto? No lo sé. Pero, es un hecho que todos hablan y demandan sus derechos pero nadie lo hace sobre sus obligaciones.