“Viajar En El Tiempo”

Título: «Viajar en el Tiempo»
Autor: James Gleick.
Traducción: Yolanda Fontal.
Páginas: 347.
Edición: 1era.
Editorial: Crítica.
Género: Ciencia.
Año: 2017.
Lenguaje: Español.
Formato: Electrónico (PDF).
ISBN: 978-607-7473-56-5.

Sobre este libro podría escribir muchas entradas en este blog. El tema del tiempo ha sido desde hace mucho de mi muy particular interés, tanto por los instrumentos de medición (caros o baratos), como por la cuestión estética o funcional. Uno de mis temas favoritos en literatura o películas de ciencia ficción. A James Gleick lo leí hace ya más de 20 años con su obra Chaos y quedó desde entonces como uno de mis autores científicos favoritos (a pesar de que entonces sólo había leído de él una sola obra).

La versión en castellano de esta obra no está mal. Hay un par de detalles por ahí quizás en cuestiones idiomáticas (y creo haber visto por ahí un typo) pero pueden ser ignoradas. Aunque me queda la duda sobre la correcta traducción con algunas expresiones.

En cuanto a la obra en cuestión. Como es de esperarse, la obra introduce a lector en la idea del tiempo como una dimensión más de nuestra realidad (una no física), y procede a abordar el viaje en el tiempo ex machina a partir de la obra de H. G. Wells lo que de alguna forma implica como punto de partida (pese a algunos intentos previos de los que da cuenta), tra sl o cual explora conceptos e implicaciones a través del ideario popular. Esto se cubre en los primeros tres capítulos que pintan algo «aburridones» y que da la idea de ser una obra muy superflua.

Sin embargo, «la cosa se pone buena» a partir del cuarto capítulo, al abordar el tema de la velocidad de la luz; luego en el quinto con las paradójicas posibilidades del viaje en el tiempo, y en el sexto con la noción de la «flecha del tiempo», que obliga a hablar de la percepción de un cierto sentido (dirección) y la entropía.

En el séptimo capítulo, Gleick divaga un poco con las visiones poéticas y filosóficas que el tiempo ha alimentado. No recuerdo dónde leí que «cada vez que evocamos un recuerdo, lo alteramos sutilmente» o algo así; dando a entender que la imperfección de nuestros sentidos nos lleva, irremediablemente, a creer lo que queremos creer, no lo que en verdad ocurre. Al leer este capítulo, no puedo evitar pensar en esas series o películas de fantasía en la que buscan respuestas a lo que ocurre en el mundo real a partir de los cómics, como si éstos fueran una fuente de sabiduría «underground» que recopila un conocimiento inconsciente de la gente o de pocos iniciados; una especie de mitología que recopila un conocimiento olvidado del mundo. Tratar de definir el tiempo a partir de las visiones poéticas, literarias o filosóficas parece poco serio pero lo cierto es que donde los científicos han obviado o dado por hecho algunas cosas, la literatura y la filosofía exploraron el concepto a profundidad mucho, mucho antes.

Nuestras mentes se encuentran atrapadas en cuerpos con sentidos imperfectos o imprecisos para percibir la verdadera realidad de un universo tridimensional que se mueve a través de otra dimensión que apenas percibimos a través del conteo de cambios o la descomposición de su naturaleza física. Donde estos sentidos fallas, nuestras mentes tratan de llenar esos huecos.

En e capítulo 8 se explora la noción de la eternidad, que bien puede ser otra dimensión temporal ortogonal a la que nosotros experimentamos. Algo que me hace recordar lo relacionado con los distintos infinitos que hay en matemáticas.

Hay una cita interesante al final del capítulo noveno, «El Tiempo Enterrado», dedicado a las populares cápsulas de tiempo, deliberadas e involuntarias. La única forma actual que en realidad tenemos para viajar en el tiempo. A este respecto, creo que Gleick olvido (o no quiso) tratar el tema de la estasis o criogenia como una forma adicional de encapsulamiento temporal. Este capítulo me hizo recordar que una vez hubo un servicio para enviarse un correo después de cierto tiempo, una cápsula de tiempo digital. ¿Qué habrá sido de ello?

Un problema interesante que se plantea, derivado de esto, es el lingüístico. ¿Cómo comunicarse efectivamente con el futuro? El tema también nos lleva a reflexionar lo trivial y superfluo que son las cosas por las que nos desvivimos y peleamos en nuestra época.

Por cierto, yo siempre he tenido la idea de que esos tubos que llegamos a ver en las banquetas (aceras) que llegan a poner para evitar se estacionen autos sobre ellas, que dejan huecos y la gente va llenando poco a poco con basura no son más que cápsulas de tiempo para envolturas de dulces, corcholatas y tapas de productos que la gente compra en la calle. Cortar uno de ellos y vaciar su contenido después de 20 o treinta años debe ser interesante e ilustrativo.

En el capítulo diez, se aborda el tema del viaje al pasado y sus implicaciones. A diferencia de poder viajar al futuro, el viaje al pasado trae riesgos e imposibilidades. Un punto interesante. Dado que el tema del viaje en el tiempo ha sido tratado por la literatura antes que por la física, resulta curioso ver que esos riesgos e imposibilidades hayan ya sido estudiados a detalle y reglas haya ya sido formuladas por escritores y filósofos. Otro punto interesante es la consideración de que la historia no puede ser cambiada al final, cualquier cambio por grande que fuera, terminaría siendo anulado posteriormente por otros sucesos; aunque, es posible pensar en un «efecto mariposa» que puede extenderse sin control afectando toda la línea de tiempo. Temas de debate aún, como lo son las «ucronías», distopías, utopías, universos múltiples y todas las variantes que el asunto implica son discutidas en este capítulo en lo que se identifica como «ficción especulativa.»

Así, el capítulo once lleva a tratar las paradojas. Este capítulo en particular me gustó mucho por el hecho de haber incluido a Gödel en la discusión, de quien mencionan en un pié de página una cita de von Neumann quien señalaba lo fundamental y grandioso que fue el trabajo de Gödel (que personalmente considero mucho mayor al de Einstein). Como Gleick cita a Einstein sobre sus paseos con Gödel, de poder viajar en el tiempo, también me hubiera gustado participar en esos paseos.

Todo lo que se menciona sobre las paradojas y el hecho de mencionar el film «Predestination» (traído a mi mente antes de dicha y explícita mención)

Me hicieron recordar el film “41”, donde se pueden ver esas representaciones diagramáticas que se mencinan en el texto.

El capítulo se pone más y más denso siendo, creo yo, el más profundo de la obra.

El siguiente capítulo aborda precisamente al objeto de estudio, sólo para concluir que el tiempo resulta aún indefinible pero «… mientras que en una novela siempre hay un reloj», podemos hacer uso de este de formas insospechadas.

Los últimos dos capítulos abordan algunas posibilidades adicionales. Una de ellas, tratada en el capítulo 13, es sobre el viaje en el tiempo únicamente con el poder de la mente. Ciertamente, la percepción del paso del tiempo residen en nuestra mente pero de ahí a que ésta nos permita ir a otro momento en el tiempo (y más por autosugestión) es algo ridículo. El último capítulo aborda una serie de televisión que no podía faltar de mencionarse en este tipo de obras, Doctor Who, que es ampliamente desconocida y que se ha adelantado a explotar muchas de esas paradojas y posibilidades que el viaje espacio temporal permitiría.

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