Hace tiempo, en un empleo que tuve, mi jefe me compartió una liga a un artículo o reflexión sobre la agilidad en dar respuestas, soluciones rápidamente. Creo que me veía como alguien muy lento.
Yo le doblaba la edad a mi jefe, bueno en realidad a casi todos los que integrábamos esa empresa. Lo cual, a mí en lo personal no me incomodaba, aunque creo que a muchos de ellos sí. Dada mi actividad como profesor de posgrado (donde hubo un periodo en el que muchos de mis alumnos eran mayores a mí, pero eso ya ha cambiado), desde hace tiempo que me he acostumbrado a verme rodeado de gente cada vez más joven. No niego que sí, hubo momentos incómodos en mi paso por esta empresa, cuando recibía un llamado de atención de mi jefe por una falta de desempeño o resultados.
Esta empresa era una startup formada por cuatro muy entusiastas jóvenes preparatorianos, que apenas iniciaban sus estudios profesionales y que los abandonaron (salvo uno de ellos) para lanzarse en una aventura empresarial (que yo llamaría exitosa, aunque quizás no como ellos mismos la imaginaron). Estos chicos supieron moverse y lograron que fondos de riesgo americanos invirtieran en su idea y consiguieron suficiente capital para formar una compañía de desarrollo científico y tecnológico para un servicio de salud en la prevención del cáncer de mama, en donde llegamos a estar tres doctores (en grado académico) para las labores de investigación y desarrollo.
Pese a la diferencia de edad y algunos momentos laborales, familiares y personales difíciles, abracé esa experiencia laboral con mucho entusiasmo, cariño y emoción. Para mí fue, además de un empleo, una experiencia muy grata y de formación de nuevas amistades.
Algunos colegas más grandes que los fundadores de esta empresa, les era muy difícil aceptar las decisiones que los fundadores tomaban (más cuando había una reprimenda de por medio) viniendo de alguien mucho más joven que ellos. Siempre había un «yo sé de lo que hablo, mocoso; tú no puedes enseñarme algo que no has vivido» en el interior de ellos o en las quejas que posteriormente expresaban con sus pares.
Las metodologías ágiles del desarrollo de software han sido, en parte, lo que ha promovido esta idea de rapidez en la entrega y generación de ideas. Esto no necesariamente está mal pero sí debe haber un punto en el que las cosas deben empezar a verse de otra forma. Una empresa pequeña puede reinventarse cada cierto periodo de tiempo, buscando adaptarse a un mercado cambiante y buscando sentar su nicho en éste. Pero, cuando dicho nicho es hallado, ya no puede darse ese lujo, y así, sin perder la flexibilidad necesaria para la supervivencia, debe poco a poco establecer cierta rigidez en sus proyectos. Esto es porque, un nicho implica una clientela que debe ser apropiadamente atendida en forma estable. El cambio va de la mano con la inestabilidad y la inestabilidad es la peor propaganda o carta de presentación ante consumidores y el mercado.
Las metodologías ágiles promueven un principio que se lee «working software over comprehensive documentation«, lo que creo se ha malinterpretado y abusado para hacer lo que a los informáticos y programadores no nos gusta hacer: documentar nuestras creaciones. Me ha tocado vivir ya varias ocasiones el encontrar a autores de software que no recuerdan la razón por la que hicieron algo o cómo se supone que algo funciona. Yo mismo me he encontrado con ello. Ese desconocimiento lleva a realizar acciones com impactos imprevistos y ello a la inestabilidad.
La rigidez a la que me refiero párrafos arriba tiene que ver con la «administración del cambio», con el saber introducir adecuaciones, modificaciones, novedad e innovación en aquello que hemos creado y de lo que somos responsables. Para esto es necesario que haya un momento en el que debemos recurrir a la documentación que describe nuestros desarrollos. Si bien es cierto que gastar tiempo documentando algo que cambiará pronto o algo que no se usará más que una vez, también es cierto que nuestra mente no puede retener todo el detalle que podríamos querer. Tarde o temprano debemos descargar nuestros recuerdos en un medio no volátil para evitar que se pierdan.
Así, más temprano que tarde, pudimos constatar que incluso con la pequeña cantidad de productos, procesos, roles y funciones que integraban a la naciente empresa, problemas se generaban cada vez con más frecuencia que impedían una operación clara. Problemas derivados del cambio, la falta de previsión o la eternalización de algo que se concebía «para sólo una vez.» Ciertamente uno no debe inmovilizarse por buscar algo perfecto pero tampoco debe uno lanzarse a la experimentación desenfrenada, pues si algo me ha enseñado la experiencia, es que lo más rápido (que trae beneficios prontos) es lo que más fácilmente se establecerá de forma permanente pero es también lo que menos preparado está para abrazar el crecimiento.
Al final el tiempo me dio la razón y estos chicos emprendedores supieron apreciar mi experiencia y, creo, entendieron el porqué de mi cautela.