Algunas cosas que se «quedaron en el tintero» en esta serie de entregas. Algunas quizás ya no muy importantes o significativas, dado ya la constante comunicación sobre este asunto desde hace ya año y medio pero prefiero darles salida en lugar de simplemente borrarlas.
Difícilmente creo que esto haya acabado, pese lo que diga nuestro gobierno. Lo más realista, como señalan muchos, es pensar que el coronavirus llegó para quedarse. Así como el resfriado que ahora es común pero inevitable, viviremos con el coronavirus y sus variantes por mucho tiempo, algunas décadas, antes de que logremos cierta inmunidad natural o artificialmente a través de vacunas.
Los encierros, toques de queda, cuarentenas, bloqueos y toda acción pensada para forzar el distanciamiento físico y así frenar la propagación del COVID19 es lo único efectivo pero no pueden durar indefinidamente sin causar un daño enorme a las economías y comprometer la buena voluntad y el bienestar emocional de las personas. Como animales sociales tenemos esa debilidad por juntarnos.
El pasado 7 de junio la SEP anunció el regreso a clases. ¿Para qué? Muchos otros y yo, preguntábamos. Todo el año escolar se la pasaron a distancia, para que buscar dos semanas de clases presenciales y arriesgar más contagios o la propagación del mal. Pienso que las escuelas privadas tuvieron parte en la presión que llevó a esta, mala, decisión. Poco después se anunciaron la detección de contagios y no hace mucho que leí por ahí la suspensión de actividades.
Cuando se decide cerrar las escuelas, por ejemplo, no sólo se está tratando de impedir que se continue con una dinámica (o subsistema) social propicio para el contagio y proliferación de una enfermedad, implícitamente esta decisión lleva a sondear el balance de los intereses económicos y sociales. Esto es lo que el sentido común nos dice, pero aún no entiendo como nuestro subsecretario de salud (que se supone tiene un doctorado en epidemiología) declaró al inicio de la pandemia que cerrar una escuela por 1 contagiado no es prudente, apropiado o productivo, que es mejor hacerlo cuando haya 10 o mejor aún cuando haya 100 contagiados. ¿Se habrá referido a estas consideraciones socioeconómicas? Es decir, a que no puede tan fácilmente dar la alarma (trastocar el comportamiento social y los procesos económicos) porque tienen a un niño contagiado. Estoy de acuerdo en ello, sobre todo si no se sabe cuál es la enfermedad, mortalidad, tasa de contagio y tratamiento, pero esto es válido si se tratara del paciente cero o fuéramos el epicentro de una epidemia. Cuando la WHO alertó que se trataba se una pandemia, estas consideraciones ya no tienen sentido, están avisando que lo que importa es detener la propagación de la enfermedad, los contagios, para contar con más tiempo y menos muertos.
Así, se trata de proteger vidas y eso va de la mano con evitar el colapso del sistema de atención médica. Los hospitales son la última línea de defensa y si su capacidad para manejar emergencias se ve abrumada, el resultado predecible es una elevada tasa de mortalidad, que llevará a episodios de pánico social. El objetivo debe ser reducir la epidemia, aunque sea a un ritmo lento, pero que permita ganar al menos tiempo para que la población mundial adquiera, de una forma u otra, inmunidad a la enfermedad.