Eventualmente todos deberemos exponernos al corona virus lo queramos o no. El punto es que no debemos ser todos juntos y no debe ser antes de que exista una vacuna o un remedio eficaz para su tratamiento.
Algunos dicen que esto no es más que un castigo por designio divino por algo de lo mucho que hemos venido haciendo. Otros dicen que el virus somos nosotros y esto no es más que un efecto del sistema inmunológico de nuestro planeta para librarse de nosotros. Pero, ni lo uno ni lo otro.
La pandemia del corona virus no es más que un efecto más del complicado proceso que es la vida. En cada momento, de todos los años desde que el universo se enfrió lo suficiente (yo soy partícipe de la teoría del Big Bang) para albergar configuraciones estables de la materia y de procesos dinámicos físicos y químicos que permitieran a ésta establecer complejos (aunque elementales) ciclos de crecimiento, duplicación y evolución. Es algo que tenía que ocurrir, que ha ocurrido y que volverá a ocurrir (y éste no ha sido el peor caso, ni el peor escenario que podemos enfrentar).
Nuestro aprendizaje de estos procesos, de los diferentes niveles en que estos se dan en esto que llamamos vida (desde los hongos y virus hasta los seres de orden superior), los procesos de infección y propagaci´´on de las enfermedades, hasta su tratamiento y cura, nos han llevado a hacer lo que elementalmente debe hacerse para evitar la propagación de este nuevo mal: evitar su proliferación. Pero aún somos niños en pañales.
Sin embargo, esta pandemia no es algo que haya llegado y desaparecerá si tenemos paciencia. El corona virus es una nueva entidad que ha llegado para quedarse (al menos hasta desarrollar una vacuna o tratamiento efectivo que permita su erradicación) pero por lo pronto no es mas que un riesgo más en la vida.
Terminado el confinamiento y al tratar de rehacer nuestras vidas, veremos que nuevos brotes aparecerán. Algunos serán más serios que otros, pero es un hecho que la vida (costumbres, comportamiento, etiqueta), así como la economía, ya no será aquella a la que estábamos acostumbrados.