Hace tiempo leí en Twitter, un tweet (que no puedo localizar ya hoy), pero que era de una chica quien escribía que deseaba subir sus fotos en bikini porque (dice ella, palabras más, palabras menos), se consideraba bonita, agraciada y buscaba compartirlo (o presumirlo, realmente). El tuit lo usaba para indicar que no lo hacía porque le molestaban algunas respuestas que recibía por ello.
En la respuesta a ese tuit, algunos le daban consejos sobre cómo proceder, otros la aleccionaban por su tuit, otros por sus intenciones y otros por sus opiniones. En fin, de todo podía leerse. Era curioso como en un sólo tuit y en sus respuestas podía encontrarse todo ese microcosmos de opiniones y tendencias con respecto a la sexualidad y la conducta social de nuestra época.
Personalmente, considero, que tanto ella tiene derecho a subir las fotos que quiera, sean apropiadas o no (ya si la ley o Twitter la sancionan por algo, es otro tema), como el público de aplaudir o reprenderla. Ella tiene también derecho a molestarse o sentirse halagada con las respuestas que reciba. La cosa sin embargo no es tan simple. Hay muchos matices, intenciones y motivos sociales. Me desviaré un poco del tema para incluir cierto contexto y sea más fácil entender a dónde voy con todo esto.
Cuando escribía esta entrada en el blog, la empresa para la que trabajaba había estado contratando «influencers» de ciertas redes sociales (a partir de 5000 seguidores las consideran «influencers«, por si se lo preguntan) y, dependiendo de la cantidad de seguidores y el reconocimiento que ellas tengan en la red social, se les paga desde 4 mil pesos a cantidades muy envidiables (por cierto, el establecer el grado de influencia, reconocimiento o reputación en una red social por gente de mercadotecnia es algo muy subjetivo y obscuro; y no, no estoy siendo «inclusivo»— lo que, por cierto, considero como una «jalada» de las tendencias feministas y de «empoderamiento» femeninos actuales—; «influencers«, en concepto, lo consideramos como «gente con influencias» o «capaz de influir» y, salvo que consideremos que hablamos de personas, hablaríamos de un rol genérico y como tal, como rol, nos referimos a éste por el genérico masculino, punto; sin embargo en este caso, por la naturaleza de la campaña y producto, se buscaba que fueran mujeres, de ahí que use un pronombre femenino).
Cuando escribía esto, contaba con unos 531 seguidores en Twitter, acumulados en 10 años. De risa, pero no ha sido mi intención volverme un influencer ni hacer carrera (o negocio) con mis tweets. Tampoco me ha interesado el adquirir seguidores por acumuar un número. Al margen de esto, al menos de forma empírica, soy de los que comparten la idea de que las chicas consiguen en poco tiempo una mayor cantidad de seguidores, más si publican contenido de naturaleza sexual (empezando desde su avatar o foto de perfil). Por esto, es sabido que en Twitter, muchas cuentas, incluso aquellas que parecen pertenecer a una mujer, son en realidad de hombres. ¿La razón? precisamente lo que acabo de anotar : ganar seguidores en poco tiempo y hacer negocio con ello. Esto hace suponer que la población de Twitter es mayoritariamente masculina1.
Regresando al tema que dio inicio a este post, ¿es equivocado pensar que la imagen de una mujer atractiva atraiga la atención masculina? No. Está en el «firmware» masculino. Es algo natural. Es lo que mueve y motiva aquello que llamamos preservacion de la especie.
En la época que nos ha tocado vivir es común leer de chicas en empresas, escuelas o comunidades que son acosadas por su belleza física, muchas llegan a ser molestadas, abusadas y explotadas (desde el modelaje y actuación hasta la prostitución, legalmente o no, se explota su belleza, punto). Pero también, muchas veces leemos de chicas que acuden vestidas de alguna forma a algún lugar o que en sociedad aparecen con un vestido demasiado sugerente como para apenas «dejar algo a la imaginación» y que son reprendidas por ello. Más tarde, ellas mismas o agrupaciones femeninas salen en su defensa indicando que ellas son las que tienen derecho a vestir así y que deben ser los hombres quienes deben reprimir sus impulsos básicos de apareamiento.
Es donde llegamos al «no quieres que te pase algo, no luzcas provocativa». Por supuesto, las mujeres tienen todo el derecho a vestir y lucir como deseen, ya sea para presumir lo agraciadas que han sido por la vida, como para buscar pareja o lucrar (social o comercialmente) con una imagen. ¿Donde ello rayará en envidia de otras mujeres y dónde despertará ese instinto básico en los hombres que a muchos podrán hacerles perder el control? Es una línea muy difusa y difícil de determinar.
Recordemos que el ser humano tiene apenas unos cuantos miles de años de civilización, y sólo unas cuantas décadas de un comportamiento social en el que se busca cambiar actitudes y comportamientos de naturaleza animal. Patrones de comportamiento social que buscan que a la mujer se le vea como un igual (pero, como ya he escrito, no lo somos, ni en lo individual ni en género).
Por eso el mundo musulmán cubre a las mujeres. Al ser ellas objeto de deseo de quienes ostentan el poder, han aceptado (o se han visto obligadas) a ocultarse tras velos. En esta cultura, muchas de ellas no lo consideran tan malo como las occidentales lo ven. Para ellas el velo o las mascadas les permiten aislarse de aquello que distrae a los hombres y consideran obtienen un cierto respeto y tratamiento adecuado (aunque quizás no al mismo nivel occidental), claro que hay exageraciones (como lo es la burqa) para nosotros, aunque quienes las practican lo llegan a considerar como un privilegio por ser un objeto de deseo que debe ser ocultado de otros y sólo es visto por una persona. Es como el caso de las dotes o excrex. Un pago pequeño y miserable avergonzará por toda la vida por a quién fue ofrecido, pero una dote espléndida hará sentir especial a quién fue objeto de ella, aún cuando ante otros ojos esto sea un pago y la persona un objeto de intercambio comercial.
Costumbres tan arraigadas y milenarias no pueden cambiarse en unas cuantas generaciones, mucho menos durante la vida de activistas que señalan lo impropio de estas prácticas. Cambiar la naturaleza de lo que somos, moldeados tras varios millos de años de evolución es mucho más difícil. Sí, no niego que dirán que para eso tenemos raciocinio, pero igualmente subsistimos por los instintos básicos. No «razonamos como comer una manzana» ni sobre cómo procesar o sacar provecho de sus nutrientes, simplemente «comemos la manzana» (y la disfrutamos instintiva y sensorialmente). De la misma forma, requerimos mucha disciplina, práctica y enseñanza para dominar las fuerzas más poderosas de nuestra conservación como especie, fuerzas que buscamos controlar con normas sociales pero que un mero «no, porque es impropio» no es suficiente.
Referencias
- Wendy Thurm, «Female Sportswriter Asks: ‘Why Are All My Twitter Followers Men?’«, thinkprogress.org, web. Published: 2014.11.20; visited: 20201.03.07. URL: https://thinkprogress.org/female-sportswriter-asks-why-are-all-my-twitter-followers-men-41db826fec24/.