Reflexiones de un profesor de maestría (14)

Hubo una época en la que para muchos de los puestos que hoy consideramos meramente operativos (hoy principalmente ocupados por quienes despectivamente llamamos «godínez«) era necesario contar con un cierto nivel cultural, que se tomaba como un reflejo de cierto nivel socioeconómico y asociado a ciertos valores que se esperaban fueran exhibidos por el individuo a contratar. Hoy en día se cuida mucho aquello que pueda llevar a una demanda por discriminación, así que los requisitos a cubrir son enfocados en la experiencia y preparación académica y no en aspectos físicos, sociales, económicos y culturales.

Continuando con esta serie de reflexiones sobre el tema de la importancia de la experiencia profesional (podemos también llamarla «experiencia práctica» o «experiencia aplicativa»), continuaré con exponer el aspecto cultural. Y por «aspecto cultural» me refiero a otra dirección en la que debe fluir la experiencia profesional.

Usualmente, y por lo que hemos descrito, se concibe a la experiencia profesional como algo que el individuo adquiere, para sí mismo. Algo que parte del ejercicio continuo de sus actividades, su exposición con la organización y su integración con una comunidad profesional. Sin embargo, el individuo mismo no es un mero receptor, es también emisor, generador de conocimiento y experiencia para otros.

En la práctica esto no es del todo desconocido, pero está dirigido a aspectos laborales. Muchos reclutadores buscan conocer cómo su candidato ha participado e influido en otras empresas y organizaciones a las que ha pertenecido en el pasado. Los cuestionamientos en este aspecto son mucho más notorios y frecuentes para puestos de naturaleza gerencial, directiva o para algún perfil especial (sobre todos aquellos para los que se espera creatividad o innovación).

Personalmente, considero que pese a lo que un reclutador diga, es poco lo que realmente se busca conocer de una persona como tal. Se busca saber de la persona como profesionista, pero no de la persona como individuo que será un nuevo miembro de un grupo social que pasará la mayor parte de la semana con otros desconocidos.

Así entonces, además de la experiencia profesional, hay un componente cultural que define al individuo y que es importante. ¿Por qué? Porque, incluso aquellas labores rutinarias y operativas del más bajo nivel, son llevadas a cabo por personas que no pueden ser administradas meramente como recursos a ser usados al libre albedrío de sus supervisores. Al final son personas con una vida, planes e intereses. Sin importar el nivel organizacional en el que pertenezcan, las personas deben ser tanto parte de los ejecutores de los planes organizacionales de las empresas, como objetivos de éstas. Por esto último me refiero a que las acciones a las que están encaminadas los diversos planes o actividades de la organización, no sólo debe considerarse que aplican sobre objetos o procesos, sino a personas también (por supuesto de forma constructiva para la empresa y el individuo).

En un trabajo de tesis1 en el que participo como revisor, se aborda el tema de la «cultura informática», algo de lo que se habla mucho hoy en día, pero que la verdad pocos tienen noción de lo que implica. Para empezar, pocos pueden definir lo que es «cultura». Muchos lo asocian con la acumulación de conocimientos, otros con la preparación académica y la educación (incluyendo aquella que se relaciona con las buenas costumbres y modales). Simple y llanamente, cultura es conjunto de conocimientos acumulados por un grupo de personas (que se identifican colectivamente),  que es posible identificarla en comparación y como elemento distintivo de otros conjuntos de conocimientos y los individuos que los mantienen (otras culturas); conjunto que se registra y se transmite. «Cultura informática» es por tanto no sólo el corpus académico de informática, ingeniería de software y computación, sino que también incluye elementos culturales y de clima organizacional de la empresa u organización, así como del mercado o entorno en el que se desenvuelve. En este trabajo se plantea (y hasta donde he podido entrever y averiguar) por vez primera el rol de un «etnógrafo informático», es decir, un rol dedicado al estudio de la cultura informática con el propósito de su estudio, implantación y modificación.

En este mismo sentido, podemos hablar de culturas académicas (no limitado al mero corpus de conocimientos de una disciplina), ingenieríles, profesionales, e inclusives de oficios. Por supuesto que esto esto puede ser visto desde un punto etnográfico general, pero las disciplinas académicas, tecnológicas, profesionales, laborales o científicas son desarrolladas por personas en entornos que ellos mismos definen y que son ya demasiado extensas y complicadas para que un sólo individuo pueda estudiarlas. Un grado de especialización  es requerido.

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Referencias

  1. Alejandro Adame Martínez, «Un Modelo de Cultura Informática para PyMEs y el Establecimiento de Principios Básicos de Seguridad iInformática«, Tesis de maestría, IPN, 2019 (en proceso de presentación).

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