Mucho marcos legales, cartas magnas, declaraciones y demás documentos de naturaleza cultural, económica y política señalan que «todos los hombres* han sido creados igual» o que «ante los ojos de la ley, todos** somos iguales«. Lo cierto es que todos somos diferentes. Cada quien posee sus propias capacidades y habilidades. Y todos nos desenvolvemos en diferentes contextos, especialmente ante un accidente o crimen. Por lo que la ley no puede aplicarse indiscriminadamente. Para eso hay jueces y fiscales, y por ello hay abogados.
Algunos consideran que aquello que nos diferencia es meramente algo relacionado con, o como una parte de, un rasgo de la personalidad o fisonomía. Algo con lo que a todos nos queda claro del porqué somos únicos y por ello consideran que la máxima de igualdad va más allá de lo físico y se enfoca en la naturaleza trascendental del ser humano.
Sí, resulta encomiable el que a todos se nos vea con los mismos derechos y obligaciones sin importar nuestra raza, complexión, preparación, habilidades, edad sexo y condición socioeconómica. Pero la verdad es que todos y nacemos diferentes; y así permanecemos hasta nuestra muerte. Lo que nos distingue, o debe distinguirnos como especie, es que valoramos la maravilla que resulta la existencia de cada uno y la imposibilidad que tenemos para producirla.
Sí, como especie viva tenemos la capacidad de reproducción mas no la de duplicación, ni la de restauración. Por ello que sancionamos con los más altos castigos el que alguien quite una vida.
Sin embargo, lo cierto es que cada uno de nosotros tenemos un «valor social» propio y único, y creo justo que ello deba ser recompensado en vida. Me refiero a que, cualquiera que sea trabajador, honrado y dedicado merece que disfrute de sus esfuerzos y conocimientos. Mientras que aquel flojo y holgazán debe atenerse a aquello que sólo logra adquirir con los frutos de su trabajo (si trabaja). ¿Debe la sociedad mantener a aquellos que simplemente estiran la mano para pedir algo? Muchos pensarán que con esto me refiero sólo a los mendigos, vagabundos e indigentes pero en la descripción también caen aquellos de clases aristocráticas que algunos países todavía mantienen.
En lo que respecta a México, donde no tenemos clase aristocrática, nos parece molesto el que exista gente que vive con lujos propios de la realeza cuando todos nos vemos como iguales. Los políticos les gusta echar mano de esto para ganar votos cuando, curiosamente, son quienes más gustan vivir de forma aristocrática y parecen dárselas de ser no sólo diferentes sino mejores, y cuando quizás son de los peores.
No niego que haya políticos y servidores públicos que trabajen desinteresadamente por el bien del país (y que quizás sean merecedores de lo que perciben) pero estos son contados con los dedos (y de los menos conocidos). Para efectos prácticos (y ésta es mi definición), los políticos son todos aquellos despojos de una formación profesional que fueron incapaces de ejercer una actividad productiva y que encontraron su modus vivendi en la manipulación de la gente.
Los políticos gustan de hacernos creer que todos somos iguales para que ellos puedan destacar. Si nos diéramos cuenta que todos somos diferentes y que cada uno de nosotros puede lograr muchas cosas, ellos serían los menos destacados y quienes caerían en desgracia.
En fin, el punto aquí en estas reflexiones es el que todos somos diferentes, incluso en el grado en que ciertos derechos y obligaciones nos atañen. Como señalaba Marx, “de cada quien su capacidad, a cada quien según su trabajo”. Es decir tanto trabajas, tanto recibes. Pero a esto debemos añadir, «a cada quién según su habilidad», pues no es lo mismo hacer algo, que hacerlo bien o mal.
*,** Y para l@s aguerrid@s femionist@s, empleo el término «hombre» como el genérico del género (valga un poco la cacofonía), al igual que «todos». Si bien hay todo un contexto histórico opresivo sobre el género femenino, eso del lenguaje incluyente me parece una exageración fanática.