Mientras viajo a casa en el metrobús vengo leyendo un artículo de la revista Nature (vol. 464, 18 march 2010, pp. 351) titulado «Making forensic science more scientific«, escrito por Peter Neufeld & Barry Scheck. El artículo parte del reconocimiento que The National Academy of Sciences (NAS) hizo el año pasado a la afirmación de que mucha de la ciencia forense— huellas dactilares, microscopía, comparación de mordidas, comparación de herramientas y prueba de armas —no está fundamentada en ciencia sólida bajo la premisa que fueron principalmente desarrolladas para resolver crímenes (con la única excepción del análisis de DNA, ningún otro método forense ha resultado confiable y preciso en la determinación de evidencia para con una fuente en particular).
Esta afirmación resulta asombrosa (y para muchos escandalosa), ya que en pleno siglo XXI uno esperaría que una autoridad emitiera sus sentencias bajo un criterio objetivo, razonado e irrefutable basándose en datos duros y no en algo que pudiera ser cuestionable o no preciso. Cualquier referencia o insinuación a un crietrio empírico o subjetivo parece algo del pasado. Sin embargo, parece ser que aún tenemos mucho que mejorar al respecto de lo que las técnicas de investigación al servicio de las leyes proveen.
La televisión se he encargado de ensalsar mucho a la ciencia forense hoy en día. Con series como las de CSI, NCIS, Law & Order (y recuerdo algunas viejitas de este corte como Quincy), programas de TV que no solo hacen ver al funcionamiento del sistema judicial americano como uno de los más eficientes sino como uno de los más modernos, donde la justicia se imparte con base en evidencia sólida obtenida bajo métodos científicos y no percepciones, suposiciones o apariencias. El saber que se le identifica como carente de una solidez científica forzosamente obliga a pensar que una interpretación subjetiva es finalmente la que determinará la sentencia, lo que es inaceptable.
Como una persona agnóstica, que promueve el uso de la ciencia, y es firme creyente que es el razonamiento lo que nos debe distinguir y diferenciar como pueblos y especie, tales declaraciones es algo que me causa sorpresa. Como mexicano, que no ha tenido problemas con la ley pero que sí ha podido experimentar alguno de sus trámites al solicitar sus servicios, estoy acostumbrado a considerar al sistema judicial y de seguridad pública de mi país como uno crrupto, del que conviene más mantenerse alejado, del que no puede confiarse y cuyos representantes pintan de ignorantes, abusivos y mal intencionados. Estoy acostumbrado a ver a mi sistema legal como algo que no es equitativo ni justo, que favorece a los que tienen dinero, influencias o que son más «chuecos» y saben como sacar provecho brincándose cualquier proceso o forma correcta de proceder.
Hablar de ciencia en el proceder jurídico mexicano no es algo que nos parezca natural u ordinario a quienes vivimos bajo sus leyes, que leemos de su manipulación política, escuchamos de sus argucias, nos enteramos de sus tropelías, y vivimos sus lentos, muchas-veces-sin-sentido trámites o requisitos para solicitar su atención. Para nosotros, considerar que los llamados «peritajes» sea algo que no necesariamente es científico no es algo asombroso.
Esto último no debería ser así, el hablar de las labores de un «perito», de un experto calificado y reconocido como tal por la autoridad debería ser hablar del trabajo de un persona honesta y confiable, cuyos dictámenes deberían ser objetivos, sin tacha, y solamente cuestionados en su interpretación por alguna limitación técnica o un verdadero error humano causada por ésta.
Desafortunadamente eventos como el caso de la niña Paulette Gebara o el de las indígenas acusadas de secuestrar a agentes federales hacen ver a los organos de procuración de justicia como verdaderos hazmerreíres de todo el planeta y como elementos de un sistema judicial que raya en lo tribal (primitivo, arbitrario). Si a esto le sumamos que los principales elementos que sustentan la acusación o motivo por el que una persona es indiciada carecen de los elementos científicos que la realidad actual demanda es todavía peor.