En la vigésima segunda entrada de esta serie hice un recuento de todas esas reflexiones hechas en torno a mi percepción como participante del plan de estudios del que egresé y al que me sumé como profesor. La vigésima tercer entrada retomó uno de los principales puntos y las tres siguientes versaron sobre cosas que pasan en la vida de una unidad académica. Retomo estas reflexiones en un momento en el que, tras plantearse la necesidad de revisión del plan de estudios de la maestría en informática de la UPIICSA, su restructuración ha tomado un camino inesperado. Pero, antes de hablar de tan nefasto (pero inevitable) giro tomado, creo importante mencionar y recordar algo que se perdió desde hace mucho, retomando un poco lo de ese recuento mencionado.
Recuerdo cuando ingresé a la maestría (un poco contrariado porque perdí un año esperando la emisión de mis papeles de licenciatura cuando bien pude aplicar desde mi egreso y pedir cierta paciencia sobre mis papeles siendo un programa de estudios de la misma escuela), con la emoción de encontrar un plan académico orientado tanto a lo académico como al entorno laboral en el que comenzaba a desenvolverme. Hoy, apreciándolo en retrospectiva, la experiencia laboral adquirida en ese periodo antes de mi ingreso y posteriormente durante todo lo que fue mi paso por la maestría me permitieron tener una apreciación diferente, no sólo del plan de estudios sino también de su impacto o beneficio hacia mi persona. Cada materia que cursé fue para mi una oportunidad de adquirir conocimientos para mi práctica profesional y no simples materias a cubrir para alcanzar la obtención de un grado o de mero interés académico.

Adicionalmente, el que el plan de estudios contemplara la impartición de clases en forma vespertina-nocturna era un aliciente o reconocimiento para todos los estudiantes de quienes que era ya de esperarse fuesen profesionistas en su gran mayoría (realmente era raro encontrar estudiantes de tiempo completo, además de que el plan de estudios no los contemplaba). Así, en un entorno en el que también la mayor parte de la planta docente eran profesionistas, había un sano y enriquecedor intercambio de experiencias.
Considerando que desde la licenciatura se contemplaba el aspecto laboral del estudiante (a partir del quinto semestre las clases eran sólo por las tardes), la maestría se alineaba con ese espíritu profesional que siempre consideré parte de su razón de ser de un programa de posgrado que fue creado y dirigido a un entorno empresarial e industrial.
Sin embargo, se quiera o no, siempre hay algo que uno cede o pierde cuando se opta por algo, siempre hay consecuencias, y el enfoque de esa maestría que cursé, traería las suyas.
