DRP son las siglas en inglés de Disaster Recovery Plan. COB son las siglas de Continuity of Business. Ambos conceptos pueden parecer técnicos o de negocios, pues de ahí surgen pero que hoy deben ser parte de nuestra formación y cultura.
El primero surge de la necesidad de poder responder ante eventos (generalmente desastrosos) que finalmente no pueden evitarse (naturales o provocados por el ser humano) y que nos obligan no sólo a recuperarnos del evento sino de la mejor manera. El segundo, generalmente va de la mano y asociado al primero, aunque puede darse por separado. Se refiere al poder continuar con lo que es nuestra actividad primaria cuando las labores regulares se ven impedidas de poder ser realizadas normalmente.
Aunque definitivamente son términos que reflejan una actividad de negocio, hoy en día todos debemos poseer un DRP y un COB. De otra forma no hemos aprendido nada. A mi me ha quedo muy claro desde el pasado 19s-17.
Aprendí la noción de los términos de mi experiencia profesional, al tener que considerar el riesgo, eventos y lo que fuera necesario para poder garantizar mi actividad y el servicio del que era responsable, mientras laboraba para Banamex. A todos, especialmente quienes tuvimos una relación de negocios o profesional con alguna empresa grande y transnacional, nos cambio mucho la vida los eventos del 9-11. Desde entonces riesgo, COB, DRP, mitigación, planes, eventos, vulnerabilidades y amenazas se volvieron términos comunes. Pero, uno termina siempre viéndolos desde lejos, como una actividad profesional muy aparte de la vida privada y personal.

Algunas de las labores que el COB y DRP me implicaban, incluían la realización de «simulacros» en los que bajo un script previamente acordado con las áreas involucradas. Se simulaba una situación que nos obligaba a hacer uso de los recursos de emergencia destinados a garantizar la continuidad de las operaciones bajo algún evento de contingencia.
Los simulacros eran demasiado artificiales para mi gusto. Todo amañado para decir que sí, se cumplió pero que a la hora de la verdadera necesidad terminaban por decir «el COB no funcionó» y uno debía pasarse una o dos semanas justificándolo y dando recomendaciones. El principal problema era que ponían siempre al COB como algo intocable (un «elefante blanco») hasta que una verdadera emergencia surgiera. Estaba congelado en el tiempo, defasándose contra el verdadero entorno que cubría por lo que cuando se necesitaba era ya incompatible. Por flojera, tiempo, complejidad o tacañez, se excluía de una adecuada actualización y seguimiento de que reflejara lo que en producción ocurría.
Como parte de los ejercicios de DRP, cada año debía validar que tuviera un lugar alterno de trabajo, que estaba con mis usuarios, la contraparte de negocio del servicio que desarrollábamos. Pero, como tener un lugar alterno de trabajo cuando si uno debía justificar hasta ante la gente contable porque uno requería mucho más memoria en un equipo de desarrollo y licencias para el software de trabajo necesario. ¿Tener algo así en un equipo alterno que sólo se usaría en una eventualidad? No, era un desperdicio, imposible costearlo (y eso que trabajaba en uno de los dos bancos más grandes e importante del país). ¿Decir entonces que no teníamos DRP? Implicaba justificarle al subdirector y directores del área, a los directores de división y a alguien el New York el porque incumplíamos estas medidas preventivas. Tres o cuatro semanas redactando explicaciones y explicando para que al final se terminara con una «carta de excepción» que, para poder presentarla, requería dos o tres semanas más de explicaciones del porqué se solicitaba. Al final era más fácil decir que sí, teníamos y aprobamos las pruebas de DRP.
Sin embargo el aprendizaje es valioso. Estas prácticas deberían ser parte de nuestra cultura. Todos deberíamos tener un DRP y un sitio alterno (familiares, de amigos o proporcionado por el gobierno) al cual recurrir cuando se presentara la necesidad, por un desastre o porque nuestra calle fue cerrada por obras, por ejemplo). Nuestra cultura debería entonces tener una «semana nacional del DRP» en la que cada quién, se encargara de revisar y valorar lo que haría en caso de requerir ayuda y alojamiento ante una eventualidad.