Una intrusión es una intrusión

La organización de mi empleador tiene todo un proceso para la actualización y cambios en las aplicaciones informáticas. El proceso nos obliga a efectuar toda modificación a través de un «mensaje» o «requerimiento de cambio». Esto no es mas que una solicitud que lleva un manual de aplicación del cambio y los elementos de dicho cambio.

El proceso nos obliga a llevar el cambio de manera aislada, remota. El que lo promueve sólo participa en su elaboración y envío para su validación en un ambiente de prueba y posteriormente trasladarlo para que llegue a las personas que aplicarán el cambio en el ambiente de producción. En estos días estoy llevando varios de estos boletines de cambio. Tengo uno que sólo llega hasta el ambiente de certificación. Ayer por la noche me llamó el instalador asigando a éste. Algo quería preguntarme pero algo no le gustó como le contesté, así que muy cortesmente me colgó.

Cualquier llamada fuera del horario de trabajo a casa o mi celular lo tomo como una intrusión. Algo que permito sí y sólo sí es algo importante. Mi supervisor quizá no esté de acuerdo, él siempre nos habla de tener una disponibilidad total y estar localizables en cualquier momento. Yo entiendo y acepto hasta cierto punto esta necesidad. En mi profesión, como en algunas otras, nos casamos con el empleo. Queda en uno determinar hasta donde se le permite al empleador explotarle a cada uno. Así que para mí, Justificada o no, no dejo de ver las llamadas fuera de mi horario de trabajo como intrusiones y no puedo evitar tratar de mantenerlas al mínimo posible. Desafortunadamente al hacerlo puedo no ser muy agradable. Ayer, el mencionado llamado se desarrollo más o menos así.

Sóno mi celular. Jadzia estaba por dormirse y me estaba dando las buenas noches. Veo el teléfono. «Número del trabajo»– pienso al ver lo que el teléfono marcaba. Estuve tentado en aplicar la regla de «si no estás registrado, no te contesto» pero decidí responder.

«¿Bueno? ¡Bueno!»- dije.
«Sí, ¡hola Eduardo!, llama Daniel López- dijo la voz de la persona al otro lado de la línea y pensé «¿’Daniel López’? ¿Producción? ¿Lo conozco? ¿será por un problema?» entre muchas otras.

La voz insistió- «¿Cómo estas?»- y yo no pude evitar preguntarme por qué han de preguntar como está uno cuando ni lo conocen y sólo compartimos un turno y esporádica relacón laboral. No se trata de una llamada social, ¡por Dios! ¿Esperarán realmente que uno les responda? ¿Por que no van al grano y punto?

«¿Estás ocupadillo? ¿Te interrumpo?»- La típica pregunta con la típica reacción: Pues ya lo hiciste, y si estoy ocupado o no, ¿cuál es la diferencia? Ya contesté.

«Sí, cuál es el problema»- Ah ya sé quien es este «chango» pensaba.

«¿cómo estás?»- silencio de mi parte.

«¿Qué pasa? ¿Qué necesitas?»- insistí. Hubo un intercambio más de palabras de saludos y urgencia para que me dijera pa’ que chingaos me hablaba.

«Bueno… si estás ocupado»- noté la molestia en su voz -«no te interrupo y luego hablamos de tu RFC que quieres instalar.»- y colgó el infeliz.

Ah, sí.. el boletín. Sí, cuando lo escuche pensé en pedirle que esperara. Claro, me interesa que el dichoso boletìn se instale pero yo no llevo prisa y mi orgullo no va a dejar que lo maltraten. Quizás pensó que evitaría que colgara, que le marcaría nuevamente, pero no, que no crea que por eso voy a andar rogándole o buscándole.

Por eso busqué trabajar con máquinas. Interactuar con seres humanos es meter una variable emocional e impredecible. Quizás algún día.

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