Me parece que fue en la materia de Comunicación de Datos, una de las últimas asignaturas del plan de estudios de la licenciatura. Fue hace 30 años. El final del semestre ya estaba cerca y ya había preparativos para las fiestas de graduación.
Fue entonces cuando de parte de uno de mis profesores recibí uno de esos consejos que lo acompañarán a uno por siempre, que uno nunca olvidará, aun cuando tardemos en darnos cuenta de ellos. Es difícil recordar de donde vino, a raíz de qué surgió el comentario, o si fue una anécdota que motivó al profesor a compartir su experiencia, sólo recuerdo que recalcaba el hecho de no perder y mantener las amistades creadas en nuestra formación universitaria. «Las amistades que hayan creado aquí serán de las pocas verdaderas que harán en su vida. No las pierdan.»
A lo largo de estos treinta años, he pasado por más de 10 empleos, pero sólo en dos pasé más diez años de ellos. Una gran cantidad de empleos y una buena cantidad de tiempo dedicada a ellos. Al final, parece que trabajamos para vivir; la gran mayoría vive para trabajar y terminan trabajando para vivir. Como sea, todos buscamos vivir sin trabajar.
Uno puede acoplarse rápidamente en un nuevo empleo, formar o pasar a formar parte de un grupo de gente con la que puede pasarse mucho tiempo. Se vive y se convive. Al final, ante un cambio de área, funciones o inclusive de empleo estas amistades son rápidamente substituidas. Parte de la dinámica organizacional de la vida. No importa si son seis meses, un año o díez. Muchas de las amistades del trabajo son sólo relaciones profesionales, nada más, nada menos. Llegado el cambio enfrentan una primera y gran prueba de las que la mayoría no sobrevive y se pierden con el tiempo.
«Dios los cría y ellos se juntan», reza el refrán español. Ninguno de nosotros nos conocíamos antes de ingresar a la UPIICSA, aun cuando algunos proveníamos de las mismas vocacionales. Los cinco hemos trabajado para la empresa en la que cuatro de nosotros aún nos mantenemos trabajando desde hace más de diez años. Una empresa lo suficientemente grande para mantenernos ocupados y aislados durante un buen tiempo, separados en varios puntos de la Ciudad de México. A veces coincidimos en las reuniones y presentaciones de trabajo a las que somos convocados. A veces nos saludamos de lejos, en otras platicamos un poco. En otras ocasiones mantenemos un contacto profesional por teléfono o correo. Al final, el mismo grupo que formábamos en la licenciatura se mentiene vigente.
Hace 5 años nos reunimos por primera vez en un plan familiar. Un evento que nos hizo revivir muchos recuerdos y conocer que más había sido de nuestras vidas. El pasado fin de semana nos volvimos a reunir. Cinco años después, celebrando el vigésimo aniversario de nuestra graducación como profesionistas, nuevamente muchos recuerdos fueron traídos pero también conocmiento de quiénes éramos y como fuimos a parar juntos.
No puedo afirmar que antes no hubiera recordado o pensado en aquél consejo de mi profesor. Estoy casí seguro que debo haberlo recordado o pensado en él ante la pérdida de comunicación con el resto de mis compañeros de generación o ante la pérdida de contacto con amigos de trabajos anteriores. Este fin de semana nuevamente vino a mí el recuerdo de este consejo, ya no como una confirmación de su inegable veracidad sino con la felicidad de saber que esas pocas y verdaderas amistades de una de las mejores etapas de mi vida siguen vivas.