Sin honor(2)

Lo escribí antes, y lo reitero: somos una nación sin cultura sobre el honor. Hoy se nota mucho, mucho más que en otras ocasiones, el obradorato terminó por trastocar lo poco que podíamos tener a este respecto.

El día en que escribo esta entrada en el blog es un sábado. Como es costumbre de mi familia, los sábados desayunamos chilaquiles o tamales. Cerca de casa hay una señora que vende unos muy buenos (en precio y sabor). Como es de esperar, aunque muchos somos educados y buscamos formarnos (la gente a veces es medio desordenada y debe uno buscar el orden preguntando a los comensales presentes). Pero, invariablemente, nunca falta el o la (y especialmente las mujeres) gandalla que le vale la presencia de los demás y (a veces haciendo una pregunta «inocente» aprovecha para ordenar). Yo suelo ser el primero en quejarme y rápidamente soy secundado. Me enoja más cuando la o el abusador simplemente busca evadirse con un «yo pensé que no había fila…», «no los vi» o «creí que era mi turno», respuestas que a toda luz son estúpidas.

El de hoy, fue un cliente asiduo de la señora vendedora. Se excusó (y desafortunadamente la señora lo defendió) argumentando que ya había ordenado antes. Lo cierto es que hasta el momento que llegó ordenó, no estaba recogiendo un pedido previo, estaba ordenando en ese momento pues la vendedora le preguntaba lo que quería llevar. Lo más seguro es que este sujeto pasó y dijo: «regreso», «paso al rato», «ahorita vengo» y ya con eso consideró haber puesto su ladrillo en la fila, apartando su lugar.

Creo que este pequeño (y para muchos insignificante) evento refleja mucho de esa carencia por el honor y respeto hacía los demás y uno mismo; es la clara definición de lo que es ser gandalla, de velar por nuestro propios intereses y ganancia (ni siquiera bienestar), e ignorar a los demás. La actitud no es propia de un estrato social, igual lo vemos en las altas esferas, salvo por el hecho que en éstas ya está aceptada cierta jerarquía y hay un trato preferencial que se entiende y acepta (les guste o no).

Toda la fanaticada chaira que defendió el actuar de López Obrador y que defiende el actuar de ese «movimiento» gandalla conocido como la 4T, suele hacer referencia «a los privilegios perdidos» cada que alguien levanta la voz señalando malas prácticas, carencia de insumos o servicios públicos trastocados (generalmente comparándolos con los que se contaban antes del obradorato). López Obrador señaló muchas veces el pago de viaticos, servicios de salud privados, autos, ropa, electrónicos, y mil cosas más con cargo al erario como ejemplo de corrupción (englobando el asunto en un paquete de etiquetó como «privilegios»). Lo cierto es que los privilegios no se acabaron, todo lo contrario. La 4T dispuso del erario a manos llenas y se ha dado la gran vida, sin recato alguno, simplemente como un gesto de «me toca». Sin honor alguno.

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