Recuerdo muchas opiniones con las que me topé en el paso por mi formación escolar, desde la primaria hasta la universidad, al respecto de las calculadoras y su uso en las aulas (e incluso en lo que se vislumbraba como actividades que un adulto realizaría). Mi paso por la educación básica proporcionada por el Sistema Educativo Nacional mexicano, estuvo marcado por una férrea aberración por el uso de las calculadoras en el aula, no eran más que un «instrumento del diablo» que sólo harían más tontos a los párvulos, impidiéndoles sumar, restar, multiplicar y dividir (que era lo único que para lo que se les concebía eran útiles, y que de alguna forma son las principales operaciones aritméticas con que uno se encuentra o concibe se encontrará en la cotidianidad; claro sin perder de vista la aritmética modular que puede ser mucho más frecuente pero todos obvian). Bueno, es posible que ello estuviera justificado en la primaria pero aún en dicho nivel, su uso puede tener ciertos aspectos positivos en el aprendizaje donde la aritmética en sí no es el objetivo sino el razonamiento detrás de éste.
En la secundaria, más o menos se volvía a repetir la misma historia, y los profesores recurrían al «no siempre llevarás una calculadora», «¿qué va a pasar cuando necesites hacer una suma y no lleves la calculadora?». En la vocacional y la escuela superior (afortunadamente) el uso de una calculadora era ya algo obligado (cuando importaban más los resultados que el proceso aritmético de rutina), pero no faltaba uno que otro profesor que parecía más motivado porque sus estudiantes sufrieran lo que el sufrió, que por el genuino interés de ejercitar la materia gris (como muchos otros profesores que nos hablaban de como tuvieron que hacer sus propios lápices, cuadernos, y de como en sus tiempos no existían las dichosas monografías y había que fletarse en la biblioteca en busca de la respuesta a alguna tarea).
Contrariamente a todas esas predicciones hechas (sobre la imposibilidad de adquirirlas o llevarlas a toda hora), hoy en día, las calculadoras son de lo más ubicuas: en las computadoras, teléfonos móviles, relojes inteligentes, asistentes digitales, y en uno que otro accesorio personal o escolar (carpetas, reglas) llevamos o podemos encontrar una calculadora. Tener una calculadora de bolsillo ya no es prohibitivo (a como lo fue en mi niñez y parte de mi adolescencia), tampoco es ya es algo innecesario o estorboso dado todos esos dispositivos digitales que ya mencioné y hoy casi todos llevamos.

Cuando fue posible el incorporar capacidades de cálculo simbólico y presentaciones gráficas en las calculadoras portátiles, la historia se repitió en el nivel superior, cuando las capacidades de cálculo numérico, funciones trigonométricas, exponenciales y logarítmicas era algo ya más que aceptado. Nuevamente la calculadora era un instrumento disruptor negativo, en lugar de verse como una herramienta que podía mejorar y acelerar el aprendizaje de temas clásicos y enseñar otros más avanzados.
Hay países que, en lugar de competir contra su uso, regularizaron el instrumento y la enseñanza matemática se ve alrededor de la herramienta y no contra ella (o substituida por ella)1.
La proliferación de los equipos portátiles de cómputo, agendas electrónicas, tabletas electrónicas y teléfonos inteligentes, junto con software y aplicaciones para cálculo (programas como Matematica, MatLab, hojas de cálculo, los Jupyter notebooks, emuladores de calculadoras, y muchos otros) han hecho que las calculadoras físicas pasen a segundo término pero la herramienta está más presente que nunca.
Similarmente, cuando cursé la maestría, las capacidades de corrección ortográfica y gramatical de editores de texto como MS Word hacía que los profesores volvieran a sus reclamos sobre el abandono tecnológico que manifestaban los alumnos en sus escritos. Por una parte, pedían no abandonarse a la capacidad del procesador de textos y buscar conocer mejor de ortografía y gramática para poder identificar los «falsos positivos» en el señalamiento de errores y sugerencias de correcciones (tanto para identificar lo que al corrector ortográfico se le pudiera ir, como para saber cuando una corrección o sugerencia no aplicaba) y, por otra, para evitar abandonarse a la idea de que el procesador de textos sabía más de gramática u ortografía que el usuario. No hay nada peor para un profesor que escuchar a su alumno decir «es que el Word me indicaba hacerlo…» (poner o quitar el acento, cambiar una palabra).
Hoy hemos llegado al mismo punto con los chatbots y otras manifestaciones de la IA; como lo fue la TV y como se le vio a YouTube: herramientas que terminarían por estupidizarnos. Pero, lo cierto es que, tanto para bien como para mal, la TV puede ser un magnífico medio para transmitir conocimiento y lograr un aprendizaje, como lo puede ser YouTube, donde uno encuentra el tutorial que sea (hasta para pelar un plátano).
Los chatbots como chatGPT, no son diferentes a una calculadora, a un Word, un canal cultural de TV o un video instruccional en YouTube. Se trata de otra herramienta y, sabiéndola usar, puede potenciar nuestro aprendizaje pero igual puede atrofiarnos una parte de nuestro cuerpo que podemos dejar de usar si nos abandonamos a ella.
Si uno evita abandonarse a la herramienta y la utiliza para acelerar lo que vemos ya como algo mecánico, veremos que nos impondremos exigencias de mejora a nosotros mismos pues, entre más complejo el instrumento, veremos que requeriremos de un mayor entendimiento, entereza, éticas y estrategia para su utilización y aprovechamiento, identificando lo que hace bien y aquello que no.
Referencias
- Maya Kosoff, «Big Calculator: How Texas Instruments Monopolized Math Class«, medium.com, web. Published: 2019.11.25; visited: 2023.08.29. URL : https://gen.medium.com/big-calculator-how-texas-instruments-monopolized-math-class-67ee165045dc.

