
En el sexenio de López Obrador, la estrategia de seguridad del estado se volvió un chiste. López Obrador cobardemente se escudó detrás de una supuesta actitud «humanista» (que el fanatismo de sus seguidores posteriormente buscaron formalizar con el término «humanismo mexicano») para no actuar con la firmeza que el marco legal le otorga.
Seguridad: la «estrategia» de «Abrazos, No Balazos» fue un desastre
La violencia en México, lejos de disminuir, como López Obrador presumió saber como acabar con ella y «aplacar al país», aumentó. A pesar del discurso de pacificación, el crimen organizado sigue controlando territorios enteros, mientras el gobierno se niega a combatirlos de manera efectiva. López Obrador no quiso verse como un represor (como usualmente calificó a sus predecesores), su principal temor a ello parecería que fue evitar manchar esa imagen de «luchador social» o «agente de la transformación» con la que buscaba pasar a la historia. Pero, la vista de las acusaciones y señalamientos ocurridos en el segundo año de su mandato, así como su proceder durante todo el sexenio (minimizar o negar las acciones del crimen organizado– incluyendo aquellas en contra de civiles –, negarse a tratar con organizaciones civiles atendiendo a víctimas de la delincuencia, confrontaciones con periodistas y analistas señalándole la fallida o magros resultados de su «estrategia» de seguridad– y en muchos casos, negando frente a ellos las cifras que el propio gobierno tenía al respecto; y en más de una ocasión señalando que «él tenía otros datos»– su forma de decir que las cifras estaban mal y que la percepción de él era la correcta–, la deferencia en la que incurría cuando hablaba de los capos o sus familiares— así como la liberación del hijo de uno de ellos al ser detenido en un operativo del ejército — en contraste con el agresivo discurso en contra de sus críticos, las seis visitas a puerta cerrada a Badiraguato, tan sólo para señalar que había un sesgo en la forma de actuar), llevan a cualquier a considerar que el verdadero temor de López Obrador era con el crimen organizado.
Ese temor seguramente no se debía a que pudiera ser objeto de un ataque en su persona o familiares. La seguridad de todos ellos estuvo (y se mantiene, pese a que él prometió eliminar la práctica… bueno, de hecho lo hizo para sus antecesores pero él la mantuvo) a cargo del ejército. No, seguramente (como muchos rumores apuntan), su temor es lo que el crimen organizado tiene como prueba de su complicidad: grabaciones de sus reuniones, pactos y la recepción de recursos financieros para financiar su agenda política.
Por todo esto y mucho, mucho más, su ocurrencia (porque llamarla «estrategia» es demasiado) de «abrazos, no balazos» no fue más que una burla hacia la sociedad civil. El obradorato será registrado en la historia como un periodo de obscuridad y temor, como uno de lo sexenios más violentos en la historia de México, en los que el territorio nacional se disputó entre el crimen organizado y el Estado Mexicano lo concedió; un periodo en el que la política de seguridad gubernamental se convirtió en un permiso para operar con impunidad.
