Militarización del País: Un Ejército con Más Poder y Cero Resultados

López Obrador ató de manos al ejército. En campaña siempre habló de regresar «al ejército a sus cuarteles» buscando capitalizar el descontento popular de ver al ejércico actuando en actividades de órden civil. Un descontento principalmente motivado por la obediencia ciega del ejército por la cadena de mando y su falta de capacidad y tacto para mediar con civiles (sin mencionar su obvia capacidad para ignorar todo «derecho humano»). El ejército, sin importar que se trate de una nación pácifica o no, se entrena para destruir al enemigo de la manera más rápida. Primero matar, luego averiguar.

López Obrador tenía muchas deudas que saldar con el crimen organizado, su política de «abrazos, no balazos», formulada bajo un pretexto humanista y presentada como una «estrategia de seguridad» buscó pagar parte de esa deuda. El ejército, por su parte, es muy posible que tuviera bien fiscalizado al narco ex presidente y lo amenazara con actuar en consecuencia. Lo más seguro es que el marrullero López Obrador terminara calmando a la cúpula militar dándole participación en actividades de la vida civil en las que podrían sacar beneficios que les calmarían los ánimos.

La Guardia Nacional y la entrega de proyectos clave a las Fuerzas Armadas convirtieron a los militares en un actor político y económico sin precedentes en México. El involucranmiento de las fuerzas castrenses en la vida civil (una militarización) no mejoró la seguridad de ninguna forma, salvo para los criminales. Las Fuerzas Armadas ahora controlan aeropuertos, puertos, trenes y empresas. Esto ha fomentado la corrupción y ha puesto en riesgo la democracia, ya que los militares no están sujetos a la misma rendición de cuentas que otras instituciones civiles. Argumentando «seguridad nacional» son de las instituiciones más obscuras y se sienten por encima de la ley.