Cuando me uní como profesor de la maestría tenía dos motivaciones detrás de mi: impartir clases como a mi me hubiera gustado recibirlas e intercambiar la experiencia profesional que había adquirido con mis estudiantes (si bien pudiera ser yo el de mayor experiencia en el aula, ello no implicaba saberlo todo y muchos estudiantes pueden enseñarle a uno cosas que jamás consideró). A pesar del paso del tiempo, ambas motivaciones se mantienen (y si bien debo confesar que han habido semestres que ante la apatía de muchos estudiantes alguna menguó, el inicio de cada semestre es una esperanza de renovación), pero después de la pandemia (y que creo que se originó al término de mi paso por el doctorado) una mayor necesidad se ha venido gestando en mi por la aplicación del conocimiento para obtener algo más tangible y una experiencia de utilización más allá de sólo tareas escritas.
El plan de estudios de la maestría tomó su primera desviación cuando una revisión del plan de estudios fue guiada por una encuesta hecha a los egresados y empleadores. Los egresados expresaban su deseo porque el programa de estudios les hubiera proporcionado conocimiento en ciertas tecnologías o productos. Los empleadores mencionaban su interés por egresados conciertas habilidades y conocimientos (liderazgo y ciertas tecnologías). En sí, la idea no estaba mal pero, en mi opinión, la encuesta sólo reflejaba una ínfima parte de lo que era el mercado laboral y el guiarse por ello fue un error1. El resultado perdió de vista lo científico y formativo y se enfocó en lo tecnológico (desde el punto de vista académico).
Posteriormente, en una segunda revisión, la planta docente ya había empezado a conformarse más por académicos y menos por profesionistas. Algunos profesores, decidieron seguir otros caminos, algunos se retiraron y otros ya habían adquirido un grado doctoral (o estaban en vías de hacerlo). Varios docentes nuevos, interesados principalmente, en la «informática educativa», se unieron al núcleo académico. Así, un nuevo plan de estudios se elaboró influenciado por los intereses de ese cuerpo académico. Líneas de generación y aplicación del conocimiento (LGAC) enfocadas a dichos intereses se formularon también. Fue un periodo en el que el IPN estaba orientado al «desarrollo de competencias» y así fue el tenor de esa revisión al plan de estudios (y tal vez una más que le siguió). Por ese periodo, el programa de estudios cambió simplemente a «maestría en informática» dejando de ser una «maestría en ciencias de la informática» (que era la adecuada continuación a la «licenciatura en ciencias de la informática») por un criterio impulsado desde el entonces CONACyT (si no me equivoco) con el que se distinguía a los planes de estudios que formaban investigadores de aquellos enfocados a las ciencias aplicadas (a las que designa como «profesionalizantes», un término que siempre me ha parecido algo despectivo).
Adicionalmente, algunos factores externos influyeron también. En ese tiempo la idea de acreditar los programas de posgrado del IPN en el PNPC del CONACyT había venido creciendo. Una idea que creció hasta considerar que todos los programas de posgrado del IPN estuvieran acreditados. El pretexto, además de la vanidad, era el que con esto los estudiantes podrían aplicar por las becas del CONACyT. El PNPC ya llevaba un par de décadas implementado2 y nunca antes se había tenido la necesidad ni la urgencia por obtener la acreditación en éste. En parte porque, como mencionaba en la entrada previa, el objetivo y orientación de la maestría se enfocaba en los profesionistas, para quienes se entendía que ya ejercían una actividad remunerada y quienes no necesitaban la magra beca del CONACyT.
Todos los intentos por acreditar el programa de estudios de la maestría en informática ante el CONACyT fracasaron. Principalmente, el rechazo se debía la escasa «eficiencia terminal» de la maestría, que era uno de los principales parámetros que el CONACyT consideraba para el otorgamiento de las becas. Algo entendible. Si se va a invertir en la preparación de algunas personas, tener la seguridad que no será dinero tirado a la basura. Otros elementos de rechazo tenían que ver con «la productividad» y perfil de la planta docente y la alineación de la currícula con los objetivos del programa. Pese a que el CONACyT reconocía entonces la «naturaleza profesionalizante» de los programas de estudios, los criterios aplicados parecían más ad hoc para un posgrado de investigación.
Referencias
- Eduardo René Rodríguez Ávila, «Reflexiones sobre la innovación, su búsqueda y su enseñanza,” en «Sólo Ensayos. Antología de Jóvenes Escritores. Volumen III«, IPN, 2018. ISBN: 978-607-8085-13-2. URL: https://www.ipn.mx/innovacion/publicaciones-digitales/.
- «Punto de Acuerdo«, Senado de la República. Publicado: 2022.08.17; revisado: 2024.07.13. URL: https://infosen.senado.gob.mx/sgsp/gaceta/65/1/2022-08-17-1/assets/documentos/47-PA_PRI_sistema_nacional_de_posgrados_conacyt.pdf
