¿Soberanía o soberanos …?

La actual administración federal, que se ha alineado férreamente con la demagogia de López Obrador, no perdió tiempo en publicitar el «rescate» de lo que dice se «robó al pueblo» por las administraciones anteriores. No tanto por lo que pudo ser el robo al erario (que todos acusan, todos sabemos, pero es difícil probar) sino por lo que se dice fueron decisiones tomadas y encaminadas «a vender al país» a empresas, gobiernos e intereses extranjeros. Se trata de ese discurso populista encaminado a enervar los ánimos populares (como al que recurrió Hitler con su espíritu nacionalista, remarcando a los «malos»– quienes obtienen los beneficios –contra los «buenos»–aquellos a quienes se les han quitado los beneficios o que sirvieron para obtenerlos). La historia ha demostrado que es un recurso que fácilmente prende entre la ciudadanía pero que a la larga es mucho más destructivo que constructivo.

A finales de septiembre supe de un evento cuyo título incluía de la frase «soberanía alimentaria». Precisamente, alineado con lo anterior. La mal llamada «4T» ha recurrido mucho a ese populismo y demagogia buscando ganar adeptos y justificarse en sus dichos. Para ello ha recurrido ad nauseam a mencionar el término «soberanía» bajo una idea de «recuperar una identidad» que supuestamente hemos perdido. Y este es un punto importante, pues el discurso de justificación recurre mucho a medias verdades y «sentires» sin mayor fundamento pero con los que es fácil comulgar pues ofrecen una salida fácil (la del menor esfuerzo) y es la que publicita mayores beneficios para la mayoría de la gente.

El discurso ha partido de la premisa de que los gobierno anteriores, bajo ese modelo al que se refieren como «neoliberal«, vendieron al país (en el sentido que abrieron la puerta para que se dieran contratos a empresas extranjeras y se permitiera la importación abierta de productos y también ideas). Se argumenta que la venta fue por corrupción (favoreciendo intereses personales o empresariales) y no para el beneficio del país, además de socavar la identidad nacional de algún modo. En general, éstas son las acusaciones de las que los políticos echan mano (y que son las que permiten alimentar ese sentimiento nacionalista); declaraciones que usualmente llevan a pensar que son (o que incitan a verse como) auto evidentes y que no necesitan mayor demostración. Podemos citar como ejemplo el asunto de los alimentos transgénicos o del glifosfato, motivados más por lo que parecen rumores infundados ya que, igualmente para estos dos casos, no hay hasta el momento evidencia suficiente o contundente que soporte las acusaciones.

Como era de esperarse, los funcionarios a cargos de las principales dependencias federales son afines en pensamiento a López Obrador y por tanto repiten ese mismo discurso de descalificación pretextando medidas en contra y que reviertes las decisiones pasadas. Desafortunadamente, el pensamiento populista es mucho más notorio (y dañino) en posiciones donde se requiere una actitud mucho más objetiva, como es el caso de las dependencias enfocadas o encargadas de aspectos científicos, educativos y tecnológicos. Así, vemos que dichas secretarías exhiben acciones que resultan escandalosamente motivadas por politiquerías más que por algo que sugiera un plan y cierto raciocinio.

López Obrador le da por pintarse como hombre simple y humilde, y así recurre a las imágenes de la comida tradicional mexicana como un elemento del cual echar mano para establecer una conexión con «el pueblo». No le gusta la sofisticación (quizás por que no la entiende, quizás por efectivamente ser un mero gusto), pero si sumamos ese rechazo con los discursos en los que señala la acumulación de riqueza y su persecución como el origen de muchos males, nos hará sentido ver que él percibe a la preparación y estudio como un elemento que propicia ambas cosas y a las que el califica como corrupción (claro, cuando le conviene pues cuando debe promover la imagen de alguien que él respalda o elige, no tiene empacho en hablar de su preparación académica).

Así, no ha sido difícil que nombrara como responsable de guiar o influir en las políticas alimentarias a gente que ve a los transgénicos y al glifosfato como amenazas. Es un poco simplista la idea, pero imaginen como alguien que es popular (como candidato político) y en sus giras proselitistas recibe las percepciones de las personas en temas como los mencionados o introduce estas suposiciones como respuestas dichas percepciones. Fácilmente recolecta adeptos y así votos.

Junto con el evento al que hago referencia han habido otros y se han hecho anuncios de iniciativas para crear paraestatales o convenios hechas con empresas de reciente formación en los que se hablan de desarrollos tecnológicos o de ciencia aplicada en los que «se recupera la soberanía perdida» porque ahora seremos independientes. Todo esto no pasa de buenos deseos y ese discurso populista pues hablar de soberanía es hablar de calidad y competitividad, que no se gana u obtiene por decreto, se construye a lo largo de mucho tiempo y esfuerzo, y se mantiene con inversión y formación de recursos, algo que involucra muchos años.

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