Dibujar no es una de mis pasiones. He dibujado por placer y también por obligación (escuela, trabajo; y casi siempre algo técnico). Disfruto apreciar un buen dibujo. Odio que me pidan hacer dibujos, más cuando es con fines de análisis psicológico.
Hubo una época en la que constantemente me cambiaba de empleo, buscando uno que «valiera la pena», época en la que verdaderamente odiaba esos momentos con el reclutador y que invariablemente pedía «dibújame una mujer», «dibuja un hombre», «dibuja una persona». Recuerdo muy bien una de esas últimas entrevistas y a una sexi psicóloga que me entrevistó. Me pidió el correspondiente dibujo y yo pasé unos minutos analizando si me animaba a dibujarla sin ropa. No soy buen dibujante, por lo que hubiera sido sólo la típica «sticky woman» con dos bolas por bubbies. Desistí porque la idea del resultado hubiera hecho verme más como psicópata que alguien con pretensiones románticas (recalco románticas).
También recuerdo una ocasión con uno de esos pesados reclutadores que uno debe encontrar en la vida. Me pasé un rato pensando si debía hacer un par de sticky men, con uno acuchillando al otro (uno de ellos era el reclutador mencionado).



