Hace tiempo escribí una entrada en el blog sobre la carencia que tenemos en la cultura mexicana sobre el honor. A ella ahora sumo lo relacionado a la dignidad y disciplina.
Mi generación es una que quedó perdida en términos de civismo y civilidad. A mí me tocaron, desde primer grado en la primaria, aquellos «nuevos libros de texto» reemplazando en las portadas a aquella mujer de rasgos indígenas sosteniendo una bandera y cubierta por lo que parecía una toga, «la Madre Patria», por ilustraciones abstractas de «corte didáctico», reemplazando el obligado cartón de las pastas por cartoncillo e integrando las materias humanísticas en las llamadas «ciencias sociales». Creo que quienes estaban a cargo de las políticas educativas de entonces jamás imaginaron el daño que causarían. Afortunadamente hoy, miembros de esa generación se han dado cuenta del error y están reincorporando las materias humanísticas per se en los planes de estudio de primaria.
¿Resultados de esa pérdida de visión cívica? La indiferencia social que experimentamos y la remarcada falta de honor, disciplina y dignidad.
Frecuentemente veo en el metro o en la calle (jóvenes principalmente) a gente sentada en el suelo. En el metro, en andenes y vagones; en la calle, sobre la acera o sobre macetas o arriates, dañando o ensuciando la propiedad pública o privada.
La política populista de los partidos de izquierda ha hecho mucho daño también. Inyectan en la gente ideas sobre «los poderosos», «las mafias gubernamentales» y cosas similares que finalmente incitan a la población a ir olvidando el respeto por los bienes ajenos y públicos. A no obedecer reglas o leyes. Ahí es donde cae la disciplina. Ambos aspectos, honor y disciplina, son tanto individuales y colectivos y ambos conformar las bases de lo que deberíamos entender por «dignidad».
