Discursos, sólo discursos

No hace mucho leía el artículo de un periodista que alababa el discurso dado por un senador1. Un discurso que de cuando en cuando llega a mencionarlo uno que otro actor político que busca ser iluminado por los reflectores y presumir un momento de humildad.

No es un discurso nuevo, mucho menos es novedoso que sea un político quién lo diga. Es, de hecho, un reclamo ya constante desde hace mucho tiempo por la ciudadanía en general.

Tampoco es algo práctico o con mucho sentido lanzarlo a quien les afecta directamente. ¿Qué político va a renunciar a los privilegios que su puesto le confiere? Por lo que no es más que una fantasía cuando se pronuncia para tales audiencias.

Al no haber más que un pronunciamiento de lo que debería ser la buena acción política y el buen político, sin fechas ni instrucciones de cómo lograrlo, no pasa más allá de la (supuesta) buena voluntad de quien lo pronuncia, apelando a las (supuesta) buena consciencia de quien pudiera escucharlo.

Bien y mal

Ya desde hace mucho tiempo el poesta Juvenal escribía en sus «Satiras» (Satira VI.346–348):

audio quid ueteres olim moneatis amici,
«pone seram, cohibe.» sed quis custodiet ipsos
custodes? cauta est et ab illis incipit uxor.

y de donde se desprendió el famoso «quis custodiet ipsos custodes?» (¿quién vigila a los vigilantes?). Apelar a la buena consciencia de un político es una sátira.

Coincidentemente, en la siguiente página aparece un editorial de un conocido escritor que precisamente menciona un punto clave del problema:

Como país estamos atrapados en una legislación confusa que no garantiza a los ciudadanos ni a los servidores públicos sus respectivos derechos.

Lo cual, creo es aún una consecuencia de algo más de lo que ya he escrito: somos un pueblo que no tenemos, y así no lo inculcamos, el concepto de honor y el trabajar por el bien común. Cada quien se sirve para si mismo, porque no esperamos que los demás vean para con nosotros. Así, desconfiamos de los demás porque sabemos que verán para ellos mismos primero y luego para por lo que deberían trabajar. Lo que nos obliga a crear leyes que obliguen a la gente a hacer aquello por lo que se les paga y se les ha conferido un poder especial.

Referencias

  1. Leo Zuckermann, «El discurso que debió haber dado Peña«, Excelsior, sección Nacional, pág. 11, columna Juegos de Poder, Ciudad de México, D.F., México; 2014.12.16.  URL: http://www.excelsior.com.mx/periodico/flip-nacional/16-12-2014/portada.pdf.
  2. Federico Reyes Heroles, «Declaración de intereses«, Excelsior, sección Nacional, pág. 12, Ciudad de México, D.F., México; 2014.12.16. URL: http://www.excelsior.com.mx/periodico/flip-nacional/16-12-2014/portada.pdf.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.