Los humanos somos muy dados a antropomorfizar todo, desde objetos inanimados hasta animales, en especial a las mascotas de compañía. Pero, tratándose de los perros, creo, la gente tiende a exagerar la nota, dándoles un lugar de entes racionales, casi de iguales.

Tengo vecinos que tienen perros. En el edificio donde vivo por lo menos puedo nombrar de inmediato a tres vecinas (de hecho todas ellas mujeres mayores— curioso) que cuentan con perros pequeños, de los peludos chiquitos que parecen estopa (¡Ah! Acabo de recordar a un matrimonio que tiene también un perro pequeño… «medio estropajón» también). De estos, las perras de mis vecinas (me refiero a sus mascotas) más inmediatas son las más agresivas (una terrier gris y una «greñitas»).

Obviamente las perras están mal educadas, les ladran a todos y todo por cualquier cosa. Sus dueñas sólo se concretan a pedirles que se callen y a indicarles que son unas «perras malas». Las perras obviamente no tienen idea de lo que sus dueñas les dicen y han de considerar que no son regaños sino todo lo contrario.

Yo no puedo evitar pensar que ya hubiera puesto a esas perras en su lugar con un par de buenos «correctivos» (y para aquellos defensores caninos que se rasgan la camisa ante cualquier «maltrato» sólo les recuerdo que hasta César Millán, debió recurrir a golpear a un perro cuando lo atacó). Los perros son perros; son animales. No puede dialogarse con un animal, por más «entendido» que se le crea o conozca. Un animal es un animal. Recompensa y castigo, no hay de otra. Curiosamente, estas perras no me ladran (hasta me menean la cola). Así que el sentido de animadversión es compensado y no pasa de la molestia de sus ladridos.

Pero bueno, aunque esto pudiera parecer un caso aislado, la verdad es que no es tan poco común. Los perros son territoriales y posesivos. Y, ya sea porque quieran establecer su territorio o relación con su amo, no es raro encontrarse con un perro que le ladre a uno. Todo perro morderá la mano de su amo alguna vez.