Me molesta mucho ver como la gente se abandona a la tecnología. No tanto porque substituya cierta etiqueta y cortesía a la que estamos acostumbrados sino por creer que ésta es infalible y que todos los demás usamos las mismas herramientas.
No hace mucho concluí un proceso administrativo en la escuela que me tomó un mes más que al resto de los que ingresamos este semestre. Un retraso de un mes debido a que el personal encargado del proceso basó sus acciones de control, ante un retraso inicial, en el correo electrónico (sobre el cual tanto no hay garantía de que llegue al destinatario como de que éste sea leído— a tiempo o destiempo). No fue hasta que decidí involucrarme y en entrar en comunicación directa con el actor faltante (esto es, comunicación verbal, cara a cara) que logré desatorar el asunto y en una semana concluirlo.
Quizás a algunos les pueda parecer absurdo el asunto pero me trajo recuerdos de tres experiencias que tuve en Banamex aún más bizarras. Uno de ellas fue sobre la plática que alguna vez recibí en una reunión de trabajo por parte del responsable de un área de desarrollo (de software), en la que nos comentaba con mucho asombro (como si hubiera descubierto el significado de la vida) que podía acelerar un trámite (basado en un flujo de trabajo computarizado) si empleaba el teléfono para ponerse en contacto con el responsable de autorizar la solicitud. Aún cuando se esperaba que el autorizador fuera avisado de que una acción de su parte aguardaba en el sistema, mucho podía lograr si uno le buscaba y le exponía el caso telefónicamente. Esto nos lo pasaba como un gran consejo, como si a uno nunca se le hubiera ocurrido poder hacer algo así.
Otra fue relacionado con el caso de cierta persona a cuyo buzón canalizaban todo tipo de peticiones y acciones en donde se quedaban atoradas mucho tiempo. Así, lo que podía haberse hecho con dos o cuatro semanas de anticipación, se convertía en algo crítico y urgente al ser comunicado uno o dos días antes de la fecha de vencimiento. Entonces uno debía dejar a un lado todo para enfocarse en responder algo para que el jefe no fuera señalado porque su unidad e trabajo había incumplido con la solicitud o acción requerida.
La última fue un caso opuesto. El caso de una persona que apenas enviaba un correo y de inmediato te buscaba por teléfono para avisarte de que te había mandado un correo y pedirte fechas de repuesta (aún y cuando esto fuera explícita y remarcadamente solicitado en el mensaje). Dicha persona fue en cierto momento mi supervisor y, a pesar de estar en un cubículo al mi lado, insistía en mantener comunicación conmigo por correo y luego por teléfono. Raras eran las ocasiones en las que buscaba una comunicación directa, verbalmente y frente a frente conmigo. Lo más irritante del asunto era que en lugar de ser un colaborador de trabajo era simplemente un recordador.


