No hace mucho supe de una convocatoria que un crítico de TV (o periodista) hizo, a raíz del relajito que la CNTE estaba haciendo en la Ciudad de México. Una convocatoria con la que decía buscaba rescatar la dignificación de la profesión magisterial de los recuerdos de los alumnos, para elaborar un libro con los mejores recuerdos de las enseñanzas de un profesor. Claro que también esta es una forma fácil de elaborar un libro haciendo trabajar a otros.
En fin, decidí responder a la convocatoria pero se me quedó el texto (que elaboré en un par de horas) en una revisión que nunca inicié para poder mandarlo a concurso. En lugar de borrarlo decidí rescatarlo y colocarlo aquí.
Maestros malos, malos, malos, malos, de esos que no te dejan ninguna enseñanza y si muchas frustraciones tuve pocos. Podría contarlos con una mano. Creo que en ese sentido he sido afortunado, máxime porque soy resultado del sistema educativo nacional.
Pero me considero afortunado no por haber tenido pocos profesores malos sino por haber tenido buenos maestros a lo largo de mi formación. Algunos de ellos casos curiosos y excepcionales, que afortunadamente debo recurrir a mis dos manos para contarlos. Cada uno de ellos es una historia digna de ser registrada. Al rememorar todas estas experiencias resulta difícil seleccionar cuál de todas ellas debería ser la que debería tomar para platicar de ellas pero se facilita al considerar quién de ellos me dio la mejor enseñanza.
El profesor Jorge Méndez fue mi maestro en el 6º año de primaria, en la escuela primaria diurna «Ildelfonso Velázquez Ibarra» en la 1ª sección de la unidad habitacional “Valle de Aragón”, en Nezahualcoyotl, Estado de México. Ese 6º año de primaria me abrió mucho los ojos en cuestión de aprendizaje, dedicación y recompensas. Si bien hasta el 5to año de primaria yo no había sido un alumno destacado, no era tampoco un mal alumno. Simplemente un alumno poco arriba del promedio, que creía que con ir a la escuela y obtener buenas calificaciones era cosa que no requería mayor empeño.
El inicio del 6º grado fue… ¿cómo decirlo?… «con el pié izquierdo.» Por vez primera un maestro me rechazaba algo el primer día de clases. Se trataba de un folder que debíamos llevar rotulado con nuestro nombre, cosa que hice en la pestaña pensando que era lo correcto y no en donde lo habían pedido: centrado en la parte superior de la cara delantera. Algo apenado lo corregí dándole vuelta y escribiendo el nombre como el maestro quería por el otro lado. Nuevamente fue rechazado. El folder doblado de afuera para adentro no empataba con los demás. Lo desdoble y escribí el nombre pero en la parte baja. Otra vez me lo regresaron, cada vez más apenado por no poder hacer algo tan simple. En un intento más lo escribí en la cara posterior del folder. Rechazado. Finalmente, escribí el nombre, centrado, en la parte superior de la cara frontal del folder y finalmente ya fue aceptado. Al final el dichoso folder quedó con mi nombre por todos lados.
Después de ese mal inicio, decidí poner más atención. Para mi, el evento del folder me hacía sentirme “marcado” pero esa sensación fue desapareciendo conforme los días pasaron y el profesor parecía no tener mayor problema con el asunto. Conforme los días pasaban el maestro me felicitaba cuando hacía un buen trabajo, sin importar si éste requería un segundo, tercer o cuarto intentos sin que en cada uno hubiera mayor sanción que un “de nuevo”, “otra vez”, o “está mal”, situaciones que poco a poco eran menos frecuentes. Lo que importaba era hacerlo bien, quizás no a la primera, pero poco a poco fue exigido que así fuera.
Al final del año, cuando el profesor entregaba boletas y documentos, me fue devuelto aquel folder que a inicio de año me hizo sentir como un tonto, conteniendo el esfuerzo de todo un año de trabajo. Mientras lo veía recordé como poco a poco me fue siendo enseñando a hacer las cosas bien, a no ser conformista y a confiar en mi mismo, una actitud que desde entonces he mantenido y he tratado de transmitir a mis propios alumnos al convertirme en profesor de un programa de maestría en el IPN, recordando que en momentos hay que dejar que cada uno se dé cuenta de su propio potencial y en otros casos hay que mostrárselo.
Al momento de escribir estos recuerdos me encuentro a dos meses de haber iniciado el doctorado en ciencias de la computación. Si bien el haber llegado hasta aquí se debe a un esfuerzo de muchos años de trabajo y aprendizaje creo que es justo mencionar que éstos iniciaron con las enseñanzas que el profesor Jorge Méndez me dejaron.
