La proximidad de la navidad solía medirse por la intensidad del tránsito en la Ciudad de México, pero ya no es así.
Uno podía percibir el patrón de tránsito, su intensidad, incrementarse conforme la navidad se aproximaba y luego, de golpe, la ciudad se volvía una delicia para circular en ella, sin nada de gente (lo que es un corolario para mi máxima de «no es el proceso, es la gente»). La explicación del fenómeno es obvia: la gente tiene dinero y compromisos de compra (juguetes, regalos, comidas, convivios).
Desafortunadamente, ya no es así, entre marchas y plantones, la proliferación de vehículos, la obstinada manía de la gente por no solo ignorar el reglamento vía y la sana convivencia sino también el sentido común, la insistencia del Gobierno de la Ciudad por desincentivar el uso del automovil, el impulso por hacer uso de la bicicleta, el consentir el peatón haciéndole creer que puede ignorar las leyes de la física, las múltiples obras viales a las que se ven sometidas las vialidades de la ciudad… ¡ah! Y por supuesto, las tontas maniobras de control vehicular que la Secretaría de Protección y Vialidad implementa, todo esto en conjunto hace que todos los días, a todas horas (sí, me he topado con congestionamientos a las tres de la mañana en vías rápidas) haya tráfico en la Ciudad de México.

