La crónica de ayer. Día agitado. No por las actividades del día sino por el dichoso temblor de 7.8 grados en la escala de Richter de las 12:02 horas. Aunque lo han descrito con varias magnitudes: 7.93, 6.59, 7.5, parece que la de 7.8 será la definitiva. Y sí, definitivamente fue por arriba de 7.0, ya que uno menor no hubiera causado el zangoloteo que experimenté, además de dejar las huellas de su paso en algunos acabados del departamento.
Estaba yo precisamente respondiendo un mensaje en el Facebook, el cual no terminé, y en el que preguntaban por mi bienestar a raíz de un sueño que tuvo quien me envió el mensaje. No llevaba más de dos líneas cuando escuché un crujido; uno de esos ruiditos que, quienes ya hemos vivido varios sismos (especialmente el del 85), nos pone en alerta extrema.
Antes de sentir algo, busqué algún punto de referencia, en este caso la puerta de la habitación que comenzaba a balancearse. Antes de corroborar si se sentía o no movimiento alguno fui por mi niña a la sala (quien no asistió a la escuela por una infección en la garganta) y le indiqué debíamos salir. Comenzaba el zangoloteo.
El trayecto del primer piso a la planta baja es sólo de unos 15 escalones y luego unos 20 metros o menos a la entrada del edificio. Nos tocó recorrer ese trayecto durante lo más fuerte del temblor. Algunos gritos de ella y palabras mías para tratar de calmarla. Al final todo bien. Durante esos momentos no dejaba de pensar en el mensaje que había intentado responder y para el que esperaba tener tiempo de responderlo después. Ya lo respondí, afortunadamente.
