Tentaciones, tentaciones, tentaciones.

Por alguna extraña razón, me es frecuente toparme con gente que deja su tarjeta y sesión activa en el cajero automático (ATM). No se si a alguien más le pase.  A mi me ha pasado incontable ocasiones. Me ha pasado tanto aquí en la Ciudad de México como en algunas de las ciudades de los Estados Unidos que he visitado. De hecho, haciendo memoria, creo que los primeros recuerdos que tengo de este tipo de situaciones son de tres o cuatro ocasiones en que me topé con este tipo de situaciones en los USA, ya que recuerdo que atribuía el descuido a la naturaleza confiada de los americanos (digo, en comparación a como somos y vivimos en el D.F.). Tanto en esas ocasiones como en las que he vivido aquí en México, alcanzaba a avisarle al usuario anterior del descuido o bastaba con esperar algunos segundos para que éste se diera cuenta y regresara.

Hoy me ocurrió nuevamente. En el cajero al que acudí a retirar algo de efectivo, alguien dejó su sesión, con su tarjeta en el interior de éste. Yo no podía hacer uso de ese cajero y no podía usar otro. En lo que decidía que hacer trataba de buscar a quién pudo haberlo usado antes. De hecho debí cruzarme con él, pero no recordaba su apariencia. Fuimos dos personas las que entramos a los cajeros automáticos pero no lograba recordar si fueron dos o sólo uno quienes salieron. Ya había fila para hacer uso de los cajeros y no quería alejarme del mío para evitar que alguien pensara que yo no haría uso de éste.

EthicsEn fin pasaron los segundos reglamentarios. En la pantalla del cajero leía que había un saldo de más de $11,000.00 después de la última transacción. Ciertamente, no negaré que por mi mente pasó la idea de que podía sacar dinero de esta cuenta, pensé «¡Qué descuido! Debería vaciarle la cuenta y seguro esta persona no volverá a ser tan descuidada» pero también pasó por mi mente que eso no era lo correcto. Así que terminé la sesión en el cajero, retiré la tarjeta y la mantuve en mi mano previendo que su dueño pudiera regresar. Sin embargo, en ese punto sabía que, de regresar su dueño, debería decidir entre «fingir demencia» o devolverle su tarjeta. Si bien estaba haciendo lo correcto, uno también se topa con gente que de inmediato se siente victimizada o resulta «más abusada» y uno puede salir trasquilado al final. Por ejemplo, si esto no fuera un descuido, el dueño de la tarjeta podría regresar, desconocer su última transacción y argumentar que yo habría retirado alguna cantidad aprovechando su «error». Podría también pasar que si bien fuera un descuido verdadero y su dueño regresara– y aunque agradeciera que le devolviera su tarjeta – me pidiera permanecer con él mientras revisaba que su dinero estuviera completo.

Considerando estos escenarios, y siendo que llevaba prisa, decidí que lo mejor era apresurarme, efectuar mi transacción y retirarme. Ya el dueño de la tarjeta olvidada deberá reportar su extravío y pasar la «tramitología» requerida para su reposición. Creo que eso y algunos días de angustia porque pudiera alguien hacer un mal uso de su plástico será escarmiento suficiente para que ponga mejor atención la próxima vez.

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